LA TERCERA

Una Europa de 50 naciones? No, gracias

«Una Unión Europea de veintisiete miembros es ya difícil de sostener; una de cuarenta o incluso cincuenta, que podrían ser las regiones que saliesen disparadas, sería sencillamente imposible»

NIETO

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

Hace ya algunos años, el embajador alemán en España tuvo la buena idea de invitarnos a un coloquio con uno de los juristas más destacados de su país, era dos veces doctor en distintas ramas del Derecho y miembro del Tribunal Superior germano, que tiene ... su sede en Karlsruhe, en el estado sureño de Baden-Wurtemberg, aprovechando que había sido invitado por sus colegas españoles interesados en conocer los aspectos jurídicos más hondos de la Unión Europea, en la que Alemania se dibujaba como líder debido a su poderío industrial y a haber logrado bajo Charles de Gaulle y Konrad Adenauer una paz entre los dos países que garantizaba no sólo la seguridad, sino también la prosperidad de esta península occidental de Eurasia, harta de guerras internas.

Tuve la suerte de ser invitado y como sabía que mi pregunta era no capciosa pero sí preocupante sobre todo para un huésped de su categoría, la preparé en alemán y decía: «Usted conocerá el orden territorial español, tras pasar de la dictadura a la democracia, así como las aspiraciones de algunas de sus comunidades autónomas, como se ha bautizado a las antiguas regiones. ¿Sería usted tan amable de exponernos su opinión sobre ello?». Que el Dr. Dr. (en Alemania se suele duplicar el tratamiento) me hubiera escuchado atentamente y tardara en contestar -tras haber hecho un gesto a la intérprete de la embajada de que iba a contestar en su idioma al tiempo que me miraba a los ojos con una sonrisa de disculpa- era ya una respuesta elocuente aunque aún no hubiera pronunciado palabra alguna. «Esa es una pregunta que habría que hacer a un miembro del Tribunal Supremo, o del Tribunal Constitucional, ya que tengo entendido que ustedes tienen ambos mientras en Alemania son uno. Pero como comprendo que era una pregunta obligada de un periodista, voy a responderle en la medida que alcanzo, esto es más como jurista que como especialista. Nuestros códigos incluyen tanto los derechos como los deberes de ciudadanos e instituciones, siendo los primeros mucho más abundantes que los segundos, aunque ambos deben ser igualmente respetados. Como sabe, Alemania es hoy una república federal, compuesta de 'länder', lo que ustedes llaman autonomías y antes llamaban regiones, con sus gobiernos y cámaras, muy distintas entre sí. Me atrevo a decir que haya tantas o más diferencias entre un prusiano y un bávaro que entre un andaluz y un catalán. Pero ninguno tiene legalizada la autodeterminación».

Yo voy incluso más lejos: en ningún miembro de la Unión Europa está legalizada. La razón es muy sencilla: una Europa unida de 28 miembros era ya difícil, como se vio con la salida del Reino Unido. La salida de Cataluña o el País Vasco de España provocaría una fragmentación en cadena de otros de sus miembros con problemas internos territoriales que la destruirían, empezando por Bélgica con la enemistad entre sus distintas comunidades lingüísticas, monetarias y tradicionales.

Dicho con otras palabras: una Unión Europea de 27 miembros es ya difícil de sostener. Una de cuarenta o incluso cincuenta, que podrían ser las regiones que saliesen disparadas, sería sencillamente imposible. De ahí que sólo los locos o los ultranacionalistas estén interesados en provocar esa desintegración que a todos interesa, empezando por los más pequeños, que quedarían a merced del vecino más poderoso.

Lo que acaba de ocurrir en Ucrania, a la que Rusia zampó de un bocado sus regiones orientales, ha sido una lección para todos, especialmente los estados bálticos, que pertenecieron hasta hace poco a Rusia y hoy se están armando hasta los dientes ante el temor que ha despertado la invasión de Putin a un Estado soberano. Aunque mucho más significativo es que los países escandinavos, orgullosos de su prosperidad y neutralidad, busquen el paraguas de la Alianza Atlántica, que les garantiza el apoyo de tres potencias nucleares, sobre todo de Estados Unidos, contra toda tentación de Putin de ampliar su esfera de influencia, sobre todo a Finlandia, que en su tiempo fue también parte de la Rusia zarista.

Me gustaría que vascos y catalanes reflexionaran sobre ello, sobre sus sueños independentistas. Incluso un país tan suyo, tan fuerte y tan rico como el Reino Unido, que en su día fue rey de los mares y buena parte de la tierra, empieza a notar que fuera de la Unión Europea hace mucho frío. Que ha llegado el momento de la ampliación, o más exactamente profundización de lazos, lo expuso nada menos que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en su reciente discurso ante el Parlamento de Estrasburgo. «Europa responde a la llamada de la historia -fueron sus palabras-. Y la historia nos llama ahora a trabajar para completar nuestra Unión».

Sin duda Von der Leyen se refería a aceptar la entrada de los estados bálticos, de Ucrania y de Moldavia, los más amenazados por el neoimperialismo ruso de Vladímir Putin. Dejó la puerta abierta a otros nuevos miembros pero sin aludir a los obstáculos que hay que salvar, empezando por la forma de combatir el cambio climático, la distribución de inmigrantes de zonas más pobres e incluso las diferencias en derechos civiles, fundamentales en la Unión Europea, pero poco desarrollados en países calcados del modelo ruso. Por no hablar de las decenas de territorios dentro de los actuales miembros que reclamasen la condición de Estado, ya que en Europa lo que sobra es historia, tradiciones y peleas con el vecino. Tal vez fuese lo que pensaba el jurista alemán cuando tan amable como certeramente contestó a mi pregunta.

SOBRE EL AUTOR
JOSÉ MARÍA CARRASCAL

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