Ruido blanco
Madre sierra
Este verano de incendios es un crematorio rural, premonición cruel del final de nuestros pueblos
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Iniciar sesiónMaternal y protectora la Sierra de Béjar es una mujer recostada sobre castañares y robledales. Desde niño solo su imponente silueta es serenidad y cobijo, verla aparecer cada vez que regreso al lugar donde guardamos los recuerdos supone dejarse caer en un regazo conocido. En ... esta sierra termina Gredos y la dehesa charra al adentrarse en los canchales ya suena con acento extremeño. Lo más al sur del norte y lo más al norte de sur. Para mí Béjar, además de mis raíces genealógicas, es esencialmente su sierra. A sus tobillos, en una finca familiar resguardada por un puente y muchos chopos, he visto pasar sin excepción todos los veranos. Sabría dibujar cómo recorta el bosque este irrepetible trozo de cielo y a veces con la modorra de la siesta o la mística de las últimas luces creo ver y escuchar las voces y los pasos alegres de los que ya se fueron. Este fue siempre un terreno amable, de cumpleaños, paellas y piscina. Las desgracias se lloraron unos kilómetros más lejos.
Desde este preciso lugar, tan sagrado para nosotros como cualquier templo, vemos cruzar estos días helicópteros e hidroaviones. Mi tío dice incluso que trae el viento un olor casi imperceptible a humo que advierte que la tragedia ronda cerca. Plantada en jarras y en silencio la mirada de mi tía es angustia contenida y desconsuelo. Es miedo al desarraigo y al olvido incluso a se quemen los futuros posibles si también nos arrasa el fuego. Me estremezco imaginándola tal cual, en jarras y en silencio, pero rodeada de cenizas y humo negro como veo a los que perdieron la Sierra de la Culebra, Las Batuecas o Cebreros.
Este verano de incendios es un crematorio rural, premonición cruel del final de nuestros pueblos. Digan lo que digan los políticos no hay bombero que no se rompa al reconocer su impotencia por la falta de medios en unos montes abandonados ante la agonía de la ganadería y los oficios forestales. Dicen también que no hay remedio, pero la política debería servir precisamente para eso. Los campos y montañas ahora son paisaje y antes además eran fértil sustento materno. A esa hora el fuego continúa dejando huérfanos.
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