visto y no visto
Los que servimos
«La obediencia tiene el mismo contagio epidémico que el miedo»
Guerras civiles
La ceguera perceptiva
Se oye algún que otro carraspeo porque Piñeiro, un almirante español, opina que su Armada no está para combatir a los cayucos del tráfico de mozos africanos con destino a la Europa que quiere conquistar Rusia, y que de estar a algo, está para ... ayudar (a los cayucos, no a la conquista de Rusia).
¿Es el ganso que alerta de los moros el que decide qué es un moro?, se preguntó Peter Sloterdijk cuando los revistosos del puchero, azuzados por Habermas, se arrogaban en Alemania las funciones de los gansos capitolinos.
De nuestro almirante sabemos que lo es porque lleva corbata negra, como todos los almirantes del mundo desde que la Marina inglesa, modelo de las demás, decidió un día llevarla como luto por Nelson. El ministro de Memoria Democrática (dado que en España no ha habido jamás democracia, su animal totémico sería el elefante de Aníbal) pordiosea un Nobel de la Paz para su jefe Sánchez y el almirante pone su Armada a disposición de los cayucos en el Mediterráneo (en el Atlántico sería ya cosa de la OTAN, previa activación de su artículo quinto). ¿Cómo hemos llegado, se preguntan los de los carraspeos, de Blas de Lezo a Antonio Piñeiro?
Pues degenerando, degenerando, fue la explicación de Juan Belmonte cuando le preguntaron cómo su banderillero Miranda había llegado a gobernador civil de Huelva.
Y no pasemos por alto la proverbial inclinación del español a servir. Casi todas las naciones proceden de generaciones de esclavos, dejó dicho Trevijano, que dedicó muchos años a estudiar el asunto, y la española es ya, a estas alturas de la historia,«un gran sedimento de genes apocados, desleales y acomodaticios, que ha sido rigurosamente seleccionado con una eliminación sistemática y constante de los genes más intrépidos, leales y emprendedores: guerras de reconquista, expulsión de judíos y moriscos, conquista y colonización de América, guerras de religión, guerras civiles, emigraciones en busca de fortuna, exiliados políticos, represión, emigraciones laborales, fuga de cerebros»…
Al lado de tal máquina de producir docilidad política en los que quedan, cuán artesano parece el método que Anquises aconsejó a Eneas para asegurar la futura grandeza de Roma a costa de la servidumbre voluntaria del pueblo: «Tú, romano, acuérdate de tratar con cuidado a tus obedientes sujetos y de abatir a los rebeldes orgullosos».
Trevijano quiso creer en el milagro de que aún nos quedara algún resto de valor y de orgullo para decir no a la sumisión política en el régimen de servidumbre voluntaria que nos impone el Estado de partidos. ¿Por qué el pueblo, pudiendo impedirlo, tolera el despotismo iletrado y la corrupción de la 'partitocracia'? Sin personas genéticamente obedientes, la servidumbre voluntaria sería imposible. Se obedece a quien los demás obedecen. Sobre todo, a quien obedecen los que tienen reputación de ser poderosos. La obediencia tiene el mismo contagio epidémico que el miedo.