COLUMNAS SIN FUSTE
No ponerla
Pasar frío contra alguien convierte el hogar en un Stalingrado que se soporta mejor
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Iniciar sesiónEn las entradas navideñas de sus diarios, Leon Bloy dedica una recurrente y casi humorística atención al frío que pasa cuando acude a misa. En Navidad le irrita más a Bloy, que debió de ser un gran friolero. 25 de diciembre de 1903: «Navidad. Ni ... siquiera hoy el prior pone la calefacción. En la misa mayor, estaba helado hasta los huesos y he tenido que soportar tres cuartos de hora de charlatanería del viejo avaro...». Otro año lamenta su cicatería con el carbón. «Hay postulaciones para la calefacción, pero la escatima». Después, durante la Primera Guerra Mundial, el arzobispo llega a prohibir la Misa del Gallo por no gastar en iluminación. Bloy siente que eso terminará llevando a los fieles a los cafés y restaurantes.
La tacañería de su párroco, a la que dedica algunas líneas, le parece una pasión. Pero es una pasión que ante el frío se refuerza, se determina, adopta un aire martirial.
Estos meses, con la subida de la luz, ya sea por sentido de la proporción o por simple pobreza, se observa en mucha gente la determinación de no poner la calefacción. No ponerla menos: no ponerla en absoluto. Quien más quien menos ha tomado medidas domésticas: tejidos térmicos, más capas de ropa o el recurso (sin retorno) al esponjoso mundo de las prendas polares.
Nos trabajamos una especie de autarquía personal. Sentimos que mientras vencemos al adversario económico nos fortalecemos por no sucumbir al frío. ¡Qué voluptuosidad en el ahorro cuando se está a punto de tiritar! El mismo vigor de la tonificante ducha fría lo extendemos ahora convirtiendo las habitaciones en celdas monásticas donde el frío nos obliga al hacer, a obrar, a mortificarnos lentamente en nuestras economías…
Como el cura de Bloy, negar la calefacción o incluso negársela uno produce un placer entre físico y espiritual. Vamos notando el regocijo de no dar un duro a las eléctricas ni al Estado. Este frío ahorrativo no solo produce una forma de penitencia sensual, también un odio muy concreto. Habrá quien piense en Putin, otros en Sánchez. Pasar frío contra alguien convierte el hogar en un Stalingrado que se soporta mejor.
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