Cuando Antonio Herrero era inmortal
La idea de que pudiera irse de la radio era algo que él mismo evocaba, para volver o para hacerse rico en cualquier otra profesión. Y lo hubiera sido, sin duda. Lo impensable era que pudiera morirse
Las dos muertes de Antonio Herrero
Él era mi Martín Vázquez, por Luis Enríquez
Federico Jiménez Losantos
Estábamos Luis y yo en el despacho de Antonio, al lado del de García, en la COPE, y Luis trataba de convencerle de que no abusara de sus facultades físicas. Y para zanjar la discusión, con su sonrisa de guerra, Antonio le dijo:
— ... Patxis, yo no moriré nunca. ¡Soy inmortal!
¿Cómo no creerle, cómo no creerlo? Nunca he conocido a nadie con la seguridad en sí mismo de Antonio, una especie de seguro de salud que incluía el de protección de sus amigos a todo riesgo, y para siempre. La idea de que Antonio pudiera irse de la radio era algo que él mismo evocaba, para volver o para hacerse rico en cualquier otra profesión. Y lo hubiera sido, sin duda. Lo impensable era que pudiera morirse. Eso, para los demás.
LAS DOS MUERTES DE ANTONIO HERRERO
José F. PeláezHizo madrugar a los oyentes, temblar a los poderosos y agotar a su equipo con su inquebrantable independencia. Su consagración al periodismo y un carácter arrollador que le convirtieron en líder indiscutible de la radio, le granjearon enemigos acérrimos y amigos eternos como José María García y Luis Herrero, que rememoran las horas más amargas, en el 25 aniversario de su muerte
El día en que me llamó para ficharme como comentarista político de 'El primero de la mañana', yo no lo conocía personalmente y había fichado, sólo media hora antes, con Luis del Olmo para la que fue la primera tertulia de la radio, en 'Protagonistas', con Alberto Closas y Javier Lentini. Pero como Antonio era inmortal, no le veía mayor inconveniente:
—¿Sólo un día a la semana? Pues haz los otros cuatro conmigo. Lo que vamos a hacer es totalmente diferente. Nunca se ha hecho nada así.
—¿Y a qué hora?
—A las seis de la mañana.
—Pero si la radio empieza a las nueve.
—Empezaba. Vamos a hacerles madrugar a todos. Y tienes que estar.
—Pero tengo que hablar con Luis. Le he dado mi palabra.
—Llámalo. Seguro que te deja. No sabe que lo vamos a arrasar.
—Pero no sé si encajaremos, no te conozco y nunca he hecho radio.
—Eso es igual. Yo te conozco a ti desde 'Lo que queda de España'. Y la radio se aprende. Además, con que grabes la víspera, quedará muy bien.
—Si lo ves tan claro, lo intentaré. Pero tengo que hablar con Luis.
—Faltaría más.
Así que llamé a Luis y se lo dije. Y, para mi sorpresa, el líder indiscutible de las mañanas, no mostró la menor preocupación por el nuevo rival.
—¿Antoñito? Vale, pero durará tres meses. Martín Ferrand lo ha puesto a las seis para quitárselo de encima. A esa hora no están puestas ni las calles, ¡como para oír la radio! No digo que, en el futuro y con otro formato, no pueda funcionar, pero a esa hora, imposible. ¿Tú quieres?
—No lo conozco personalmente, pero la verdad es que me apetece.
—Pues no te preocupes. Mientras estés los lunes a las nueve, no hay problema por mi parte. El tiempo que dure, que ya te digo que será poco.
Volví a llamar a Antonio, perplejo, porque yo no había hecho radio nunca.
—Bueno, pues he hablado con Luis, y dice que no le importa.
—Lo sabía. Tenías que estar conmigo desde el principio. Era seguro.
—¿Y cómo podías saberlo?
—Porque lo sabía. Mi comentarista político sólo podías ser tú.
Y así estuve dos años, un día con el rey de las mañanas, y los otros cuatro con el príncipe dispuesto a destronarlo. El segundo año, Luis me puso en 'El Cafetín de los artistas' que era la crónica rosa, con Jesús Mariñas. Y la opinión política la reservaba para Antonio. Si le gustaba, la repetía a las seis y las siete. Pero el que más le gustó, en todos los años que trabajamos juntos, fue el obituario que hice a Scott McKenzie, el de 'San Francisco'.
—¡Esto sí que es un lujo! ¡No sólo política, poesía y lo que haga falta!
—Y se alegraba como un niño. Antonio no tenía edad. Era inmortal.
El día en que me llamó Luis para decirme que Antonio había muerto, mi mujer me dijo:
—Y ahora, ¿quién nos va a defender?
—Tendremos que aprender a defendernos solos.
Esa tarde, Pedro J. me pidió el obituario de Antonio para 'El Mundo'. Y lo hice oyendo, una y otra vez, el 'San Francisco' de Scott McKenzie:
«If you are going to #San Francisco
be sure to wear some#flowers in your head…
…you gonna meet some #gentle people here»
«Gentle people», gente como Antonio Herrero lo había sido conmigo. Recordaba nuestro último viaje a Ronda, con los niños mareados, y luego comiendo, en familia, pero sin dejar de hablar de la radio, que era su vida.
Un día, 'El primero de la mañana' se convirtió, incluso para el tramposo EGM, en el programa de mayor audiencia, derrotando a la SER. Así que Polanco y Cebrián, Felipe González y Godó, con el dineral de Banesto que trajo Mario Conde, compró Antena 3 de radio y, simplemente, la cerró. Migramos a la COPE que era la única que aceptaba a García, y seguimos a lo nuestro. Aznar tardó dos años en traicionar nuestras escasas esperanzas. Fue el tiempo que le llevó a Antonio morirse y dejarnos solos.
He contado en 'De la noche a la mañana' el viaje a Marbella, el entierro allí, todos conmocionados, pero el día realmente agónico, en el que comprendimos en quién se había convertido Antonio, tan lejos ya, y para siempre dentro, fue el del funeral en Madrid. García, Luis y yo entramos juntos en la iglesia, entre miles de personas, que decían, gemían, bramaban:
«¡Tenéis que seguir! ¡Tenéis que seguir! ¡Tenéis que seguir!»
Así que seguimos. Y un día me vi saludando a las seis de la mañana, como lo hubiera hecho él. Es que Antonio Herrero era, definitivamente, inmortal.
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