EDITORIAL

La cumbre fantasma

La reunión con Marruecos no solo fue opaca para la prensa, insólitamente vetada, también lo fue para los españoles que no conocen aún las razones del giro de Sánchez sobre el Sahara

Como ningún ministro ni ministra de Sumar, el socio del PSOE en el Gobierno, fue invitado a la XIII Reunión de Alto Nivel entre España y Marruecos, la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, quiso unos minutos de protagonismo y ayer volvió ... a hacer de oposición a sí misma para declarar que «no vamos a ceder un centímetro del Sahara». Lo que ha cedido el Gobierno al que pertenece Díaz no es un centímetro, sino el Sahara entero, con su responsabilidad cómplice al seguir en el gabinete de Pedro Sánchez. Esta palabrería vacía de Sumar, protestando por lo que hace el Gobierno al que pertenece, explica su irrelevancia presente y futura en el escenario político español. Es significativo de la fractura interna del Ejecutivo que, siendo la inmigración marroquí una fuerza laboral significativa en nuestro país, la ministra de Trabajo no haga siquiera acto de presencia en La Moncloa.

La reunión con Marruecos también fue opaca para la prensa, que no fue invitada al encuentro, ni pudo, por tanto, formular las legítimas preguntas que merecería el cambio radical de criterio impuesto por Sánchez a favor del plan de autonomía para el Sahara diseñado por el gobierno de Rabat. Toda la reciente política de relaciones con Marruecos ha sido clandestina. La ruptura de la tradicional defensa española de la autodeterminación del Sahara Occidental fue decidida unilateralmente por Sánchez, sin pasar por el Consejo de Ministros, ni por el Parlamento, que la rechazó. Hace unos días, el Gobierno español –Díaz y los ministros de Sumar incluidos– oficializó su cambio de posición en la ONU. Sin coherencia ninguna con la hostilidad hacia Israel, el Gobierno ha privilegiado el trato a Marruecos, convertido en el principal aliado regional de Tel-Aviv. Y ahora celebra una cumbre de tapadillo, con la firma de una decena larga de convenios, mientras la prensa oficialista marroquí lanza avisos a Núñez Feijóo por si accede al gobierno y retorna a las directrices tradicionales del pacto de Estado que existía entre derecha e izquierda sobre el Sahara.

La debilidad internacional de Sánchez y su posición errática con Rabat es un acicate para la proyección exterior de Marruecos, en todos los ámbitos, ya sea el diplomático, el económico o el militar, protagonizando en este último un rearme continuo que satisface plenamente a EE.UU., afianzado en su papel de aliado principal de nuestro país vecino. Y a cambio no hay una teórica reciprocidad de Rabat sobre Canarias, Ceuta y Melilla, silenciadas de cualquier agenda bilateral. Triste contraste con la exhibición que hace Marruecos de su éxito a costa de los saharauis. El trasfondo de la relación con el reino alauí sigue siendo la preocupación española por la inmigración ilegal y el terrorismo yihadista, aunque la falta de transparencia de Sánchez sobre el cambio en el Sahara añade más especulaciones que respuestas.

Es evidente que la relación con Marruecos debe ser la expresión de un equilibrio entre vecinos emplazados a entenderse por razones históricas, sociales, económicas y geográficas, pero será difícil lograr ese equilibrio mientras persevere la continua presión expansionista de Rabat sobre territorio de soberanía española irrenunciable. En política exterior nada es gratis, salvo para Sánchez, que no ha contabilizado a favor de los intereses españoles –o no los ha dado a conocer– compromisos marroquíes sólidos, duraderos e incondicionales de buena vecindad. Entre tanto, ahí queda el Sahara, entero, abandonado por el Gobierno de Yolanda Díaz.

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