EDITORIAL
El enésimo desprecio de Rabat
La carta de Marruecos a la ONU no es ningún error espontáneo. Es solo otra vuelta de tuerca a su estrategia de no renunciar nunca a declarar Ceuta y Melilla como territorios propios
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Iniciar sesiónMarruecos ha vuelto a ningunear al Estado español y a despreciar nuestra integridad territorial, esta vez ante la Organización de Naciones Unidas. En una carta fechada el pasado 9 de septiembre, el régimen de Mohamed VI sostuvo textualmente que «Marruecos no cuenta con fronteras terrestres ... con España», lo cual es tanto como volver a negar la españolidad de Ceuta y Melilla –su vieja obsesión–, y que Melilla es un «presidio ocupado». De nuevo Marruecos se arroga la exclusiva de una ilegalidad internacional. De nada sirve que horas después de hacerse pública esta información, Rabat presentase como una rectificación el simple recordatorio de que la declaración conjunta firmada por las autoridades marroquíes y españolas el 7 de abril reconocía que sí hay fronteras terrestres. Si es así, y la legalidad internacional así lo avala, por qué motivo Marruecos se niega a sí mismo y ahora explica a la ONU en una carta justo lo contrario. Una carta tiene una connotación evidente: no es ninguna improvisación, no es una declaración textual espontánea, ni una 'boutade' o un desliz que pueda ser malinterpretado. No es ningún error. Refleja que Marruecos sigue empeñado en reactivar cíclicamente la duda y la reivindicación sobre una cuestión territorial de profundo calado que, mal que le pese, está resuelta. El ánimo de provocar al Gobierno español es tan patente como su intención de escenificar una irritante posición diplomática de subordinación y postración de nuestro país, aprovechándose además de la laxitud y dependencia que ensaya el Gobierno cada vez que Rabat desbarra.
El pasado mes de julio, Naciones Unidas había pedido a Marruecos información relativa al uso «excesivo y letal» de la fuerza contra cientos de inmigrantes que trataron de saltar la valla fronteriza de Melilla el 14 de junio. Hubo una treintena de muertos, y las imágenes de brutalidad policial dieron la vuelta al mundo porque sencillamente eran estremecedoras. La respuesta de Marruecos a la ONU es humillante para España porque arguye que la línea fronteriza con Melilla «es inexacta», o porque las dos ciudades autónomas son meros «enclaves» o «presidios marroquíes ocupados». Lo llamativo no es que Pedro Sánchez respondiera ayer que Ceuta y Melilla son españolas, «y punto». Eso ya se sabe de sobra. La cuestión es la debilidad diplomática que demuestra España, incapaz de reaccionar con una severa protesta ante Marruecos por otra ofensa de estas características.
Además, la pretendida rectificación no es tal. Es solo otra vuelta de tuerca a una estrategia de décadas con la que Rabat viene avisando de que nunca renunciará a declarar Ceuta y Melilla como territorios propios. España ya cedió demasiado admitiendo un nuevo estatus para el Sahara, acorde con las exigencias de Mohamed VI, lo que sirvió para deteriorar al máximo nuestras relaciones diplomáticas, políticas y económicas con Argelia. Aquel drástico giro de la política exterior española jamás fue suficientemente explicado por Sánchez, y todo quedó oscurecido –sigue oscurecido hoy– con silencios flagrantes. No obstante, Ceuta y Melilla suponen un salto cualitativo notable ante el que el Gobierno está obligado a replicar con contundencia porque la carta marroquí a la ONU solo da lugar a una interpretación.
El 1 de enero, Marruecos será miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, paradójica ironía para un régimen que si algo no respeta son precisamente los derechos humanos. Lo demostró hace dos años enviando a miles de niños engañados a Ceuta, y lo ha demostrado ahora sin aclarar aún ni una sola muerte de las ocurridas junto a Melilla en junio.
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