TIGRES DE PAPEL
¿Quién teme a la igualdad educativa?
Sin un conocimiento común y compartido, no podrá existir ningún pacto social
Los años salvajes acabarán con nosotros
Por qué Milei no es liberal
Siempre confié en la Selectividad como sistema. Durante años me correspondió vigilar y corregir la prueba de acceso a la Universidad y todavía mantengo vivo el recuerdo de cuando me tocó examinarme. En aquellos días, como tantos jóvenes, sentí que el pacto social se ponía ... definitivamente a prueba. Todos acudíamos provistos de unos conocimientos que habíamos cultivado durante años, un par de bolis, una calculadora Casio y una madeja de apuntes en la mochila para dar un último repaso en el tren. Había y hay algo noble en esa dificultad.
Este examen muchas veces es el primer gran momento en el que un joven se enfrenta a un ejercicio de soledad y madurez. En la Selectividad -asumamos de una vez el fracaso de los nombres alternativos- los chicos comparecen a porta gayola a una prueba en la que sus expectativas biográficas pueden frustrarse y en la que se va a establecer una jerarquía de la que dependerá el cumplimiento de sus esperanzas. Una metáfora perfecta de lo que será la vida. Mucho más que los contenidos de lengua, matemáticas o filosofía, esa es la gran enseñanza del invento. A esta prueba acudes desde el más estricto anonimato, rodeado de otros estudiantes que son tan iguales a ti que tu código de identificación ya no es ni siquiera tu nombre, sino un código de barras. No es una conspiración biopolítica, es el signo de la igualdad ante la Estado: cuando eres sólo un número ya no es tan relevante quiénes sean tus padres, ni cuánto pesa tu apellido.
La meritocracia nunca es perfecta y la influencia de los hogares determina nuestro grado de preparación. Pero aun así, no falla: año tras año los colegios públicos disputan las mejores notas a los supuestos centros de élite y este hecho nos demuestra que en nuestro país, a pesar de que una cohorte de políticos analfabetos lleva décadas intentando destruir la educación de mano del pedagogismo más atroz, siguen existiendo contextos desde los que reconstruir una meritocracia real.
Con la transferencia de la educación a las comunidades autónomas y la creación del distrito único, la igualdad de este ritual quedó significativamente quebrada. Que existan distintos modelos de examen para acceder después a las mismas plazas es el equivalente a que en unas oposiciones a abogado del Estado el examen de Murcia fuera distinto al de Valladolid. Y eso no es lo más grave. Asumir que el conocimiento exigido a una joven de Oviedo puede ser distinto del de un chaval de Jávea es renunciar al ideal compartido que debe inspirar todo pacto civil y educativo.
Debatamos hasta agotarnos qué deben estudiar nuestros jóvenes y, cuando hayamos llegado a una conclusión, extendamos ese ideal, con las mínimas salvedades que toquen, por todos los territorios. Y afinemos el oído, porque sólo quienes ostentan algún tipo de privilegio podrán estar en contra de una verdadera igualdad educativa.