Geometría de Armengol, el iliberalismo 'ad lib' y la 'derecha con palmeritas'

La demolición controlada del sistema a la que asistimos discurre sobre una cotidianeidad insultante, una rutina y una indolencia, casi una vulgaridad que se aparece desnuda de la más mínima épica. Vamos asumiendo cosas -la amnistía, el mediador, el 'lawfare, lo que sea- en un Delacroix mal entendido con una Marianne inversa que se llama Francina.

Armengol, DJ de las orbanerías, se presenta desprovista de pompa, de circunstancia y de todo en general a manosear los ritos constitucionales y la neutralidad de la Presidencia del Congreso un poco como si buscara aparcamiento, como si no hubiera pasado por casa, ensimismada y a lo suyo, entre pasota y animada, a su constitucional rollo como si pinchara una sesión de residente del sanchismo.

Yo quisiera no haberlo visto, y arrancarme los ojos de la memoria del mañana para no asistir más a su discurso partidario y revanchista y este ninguneo estilístico al Rey. Porque nuestros padres corrieron ante los grises, escaparon a Francia la noche del 23F por si salían los tanques de los cuarteles de Loyola y nuestras madres al menos quemaron los sujetadores. Pero a nosotros solo nos quedará contar a los nietos que de los liquidadores del 78 esperábamos algo más: una guillotina, discursos incendiarios, un buen traje, un caballo, un sable.

En definitiva, de los desmontadores de la Constitución esperábamos más empaque y no esta cosa como de bostezo, de meme de la puñetera autoayuda y de foto de Instagram con vestido 'adlib' en esos chiringuitos de Ibiza en los que los idiotas aplauden las puestas de sol. En las fotos del mañana, cuando echen en la tele el documental de 'Cómo nos fuimos al carajo', se aparecerá Francina, Aoki de lo iliberal, con ese rictus como de comer chicle, como de salir del gimnasio y de clase de GAP mientras España, ay, cruje como una sandía.

Si acaso, la carnicería institucional del sanchismo tuviera un poco más de fuste escénico, podríamos rebelarnos también escénicamente, pero estamos condenados a pasar las páginas del periódico y vernos retratados en las hemerotecas de la desidia.

Yo de verdad que esperaba otra cosa de este momento y, cuando miro a mi alrededor, no hay nada porque nadie va a hacer nada y porque nos queda la sensación de que acaso no haya nada que hacer.

Han publicado una foto de lo de Núñez Feijóo y en la séptima planta de Génova hay desayuno de trabajo con gente sentada en el brazo de un sofá y por la ventana entra la luz de un sol que reconforta. Eso es el centro derecha: un 'brunch'. Y, vale que uno no pueda estar todo el día gritando, pero no llega a creerse que -diciendo que estamos a las puertas de un golpe-, en la derecha hayan sacado café y unos saladitos.