DESPUÉS, 'NAIDE'
Celebración del náufrago rico
De todos los ricos, el del yate es el más odiado. En este país, ancestral nido de celosos, todas las desgracias que les sucedan a los opulentos les están bien empleadas
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Iniciar sesiónUn yate de superlujo yéndose a pique hasta las trancas de ricachones supone la revancha perfecta de la envidia española, más aún si el 'Bayesian', naufragado en las costas de Sicilia, costó treinta millones de euros y viajaba a bordo el presidente de una ... multinacional. Los muertos ricos son menos muertos, menos trágicos si me permiten, pues a su alrededor florece un luto vacío, un luto censitario en el que, si el finado está podrido de pasta, la pérdida supone un trauma algo menor cuando no una ganancia. En este país, ancestral nido de celosos, todas las desgracias que les sucedan a los opulentos les están bien empleadas.
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Entre mis muchos defectos no está la envidia. Me ponen de excelente humor los coches caros de la gente, sus mansiones, sus mujeres guapas y, por supuesto, sus barcos. Por envidiar, solo envidio el flequillo de los que tienen pelazo, esos malditos, pero ese es otro tema porque aquí hablamos de otro patrimonio que el capilar. Me estoy acordando de cuando colapsó aquel submarino que bajaba a ver los restos del 'Titanic' -se dice 'Taitanic'-, tripulado por unos magnates, y la gente se echaba unas risas porque habían pagado una fortuna por el billete y el sumergible se conducía con el mando de la Play. La historia del propio 'Titanic' fascina a generaciones. Rodaron aquella película, la gente hace bromas sobre la orquesta y hasta venden libros-souvenirs: uno de ellos se titula 'Titanic: 58 hechos fascinantes contados para niños'. Murieron 1.500 personas ahogadas en aguas heladas, pero eran ricas.
El 'Bayesian' se hunde un poco en esa misma contemplación desprovista de empatía por el náufrago rico, un ahogado con posibles y su imaginario de gintonics aliñados con habas aromáticas traídas de países de los que no se conoce ni el nombre, señoras en bikini brasileño, tangas como de Briatore, langostas recién pescadas, carcajadas después de la cena, siestas en cubierta, gorras de capitán y bañito después del almuerzo en el que fulano tomó un poco más Chateau Latour de la cuenta. Me refiero a toda esa vida que a los odiadores les resulta absurda, hortera y ampulosa hasta que un día se ven ellos mismos en un barquito alquilado en una cala de Mallorca y corren a tirarse selfies en la proa con los que llenar el Instagram.
De todos los ricos, el del yate es el más odiado. Cuando se desató la última tormenta en Baleares, la gente se paseaba por la playa celebrando esos barcos con los cascos dolorosamente acostados sobre la arena y la roca, desarbolados por la tormenta como si el viento hubiera hecho, de alguna manera, justicia. Todos aquellos naufragios les parecían muy bien y en la destrucción encontraban el placer indescriptible de la revancha. El temporal es una forma de guillotina y la envidia, el sentimiento más estéril, pues el odiador no dispondría de una vida mejor si Mike Lynch hubiera veraneado en un camping de Tarragona en lugar de en un velero con cubierta de madera y un mástil de 46 metros de alto en el que alguno verá el trasunto de la ostentación de una masculinidad tóxica.
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