EL BATALLÓN
Pero el malo es Alfonso
La alcaldesa de Getafe cancela al exfutbolista pero recomendaba a las niñas en la escuela «¡apaga la tele y enciende tu clítoris!». Todo muy luminoso
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Iniciar sesiónPintaba mal el nuevo siglo en sus comienzos y no parece que haya mejorado mucho el panorama bajo la escombrera que dejaron las Torres Gemelas. El arranque del XXI fue mucho más extraño de lo previsto, casi todo nos resultaba como ajeno, con ese punto ... de desconcierto que el ser humano alcanza cuando se le acaban de pronto las certidumbres o las que tenía por tales. Tres detalles: por entonces, el mejor golfista era negro (Tiger Woods), el mejor rapero era blanco (Eminem) y Francia no se quería meter en una guerra (la de Irak). El mundo del revés. Algo más de dos décadas han transcurrido y en todo este tiempo no hemos dejado de tentarnos la ropa, turbados ante el desbarajuste que aniquilaba nuestras certezas arrolladas por los nuevos tiempos que venían a lomos, sobre todo, de internet. La revolución digital tuvo unos efectos tan abruptos sobre nosotros que no se limitó al nuevo ornamento de nuestras vidas sino que ha ido conformando un universo ideológico desconocido donde la izquierda ha andado mucho más despierta y sagaz para situar su ideario en ese 'big bang' del pensamiento y los famosos 'valores'. Reconozcámoslo, el mundo progre ha impuesto el canon de lo bueno y malo, de lo admisible y lo aborrecible, del yin y el yang, de lo oscuro y los refulgente. Una derrota decisiva.
Y en ese 'códex de la nueva moral', la especie humana se ha puesto a buscar, por ejemplo, identidades de género como el que busca setas en el pinar. Al parecer, existen individuos e individuas (y puede que hasta 'individues') pangéneros, bigéneros, génerofluidos, agéneros, genderqueers, transgéneros, intersexuales, cisgéneros, tercergéneros... Cada segundo se añade un níscalo nuevo a la cesta de la identidad porque, en realidad, es el ser humano el que está perdido en el terreno de las ideas. Y en este contexto, claro, el más tonto hace relojes y te dan gato por liebre.
Al final, y de pura insistencia, ese orvallo fino cala y termina por empapar todo hasta tal punto que quien no entra en el nuevo 'códex' es expulsado de la tribu por no comulgar con esa enorme rueda de molino. Es el fin de la libertad de pensamiento, casi la aniquilación del libre albedrío a través de la herramienta mortífera de la cancelación, esa muerte social en vida según la cual puedes respirar pero no hablar porque calladito estás mejor. Al menos es lo que nos dicen los nuevos torquemadillas de todo a un euro de la izquierda. El último ejemplo, Sara Hernández, alcaldesa de Getafe, se convierte en referencial del movimiento cancelador al liquidar sectariamente el nombre de Alfonso Pérez del estadio municipal porque no le gusta que el exfutbolista establezca diferencias (por otro lado incontestables) entre el fútbol femenino y el masculino. Es la segunda vez que Hernández alcanza fama nacional, la anterior fue cuando repartió en los colegios guías en las que recomendaba a las niñas el «autocoñocimiento» y «apaga la tele, enciende tu clítoris» porque en el sexo «tenemos una mirada genitalista, androcéntrica, falocéntrica, penetrocéntrica y heteronormativa». Pero el malo, el cancelable, el peligroso, al que se señala como indeseable es Alfonso.
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