lente de aumento
Sánchez, príncipe de las tinieblas
Genera desasosiego que el empeño del Ejecutivo no sea encontrar el problema para hallar la solución sino el oscurantismo con el que esconder su culpa
Voto adolescente, voto radicalmente cautivo
Alegría y López, mucho que responder (y callar)
Una pandemia, una erupción volcánica, una nevada bíblica, una dana y un apagón colosal. Ningún guionista, ni agorero, podría describir cómo transitamos por la linde del fin del mundo. Porque eso es justo lo que parece, un Armagedón por fases que muestra, y demuestra, ... lo que eventualmente somos en realidad: absolutamente vulnerables.
La nuestra es una sociedad que avanza en su inteligencia artificial y arrumba la analógica, la verdaderamente humana, la que, ajena al Estado, se organiza por empatía, buscando cómo lidiar en un mundo que nos dicen que es desarrollado porque está enchufado.
Y no, la habilidad primitiva del hombre, la del primate que es, no puede desdeñarse en aras de esa Ícara obsesión que acaba fundido en su fatuidad antes de alcanzar los cielos.
Todo falló y todo pudo ser infinitamente peor. Entre centenares de especulaciones emerge la certeza de que corrimos demasiado y abjuramos de algo básico: mantener y revisar lo que tenemos, una red estirada y estresada exponencialmente no solo por necesidad sino también por ideología política, por ese credo laico que impone una forma de alimentar la red tan ecológico como inestable, variable, intermitente y climatológicamente incierta.
Nos dijo Mario Benedetti que el futuro no es una página en blanco, es una fe de erratas. Genera desasosiego la creencia de que esas erratas no serán confrontadas, que el empeño del Ejecutivo, el que busque con más ahínco, no será el de la explicación sino, qué sarcasmo, el del oscurantismo.
Porque puede ser que nada hubiera de enemigos externos ni ciberataques sino una realidad mucho más aterradora: que nos gobiernan así, como derviches de la consigna, de un lema facilón y buenista sin atender a la realidad, a un principio básico de cualquier avance, ese que solo puede sustentarse en unos cimientos, o una red, sólida. ¿La teníamos? Por lo que parece no. Y nos desplomamos.
El presidente que nos (des)gobierna, incapaz de detallar el origen, ya señala a «los operadores privados». Ducho en sacar rédito de la desgracia y ahormar un discurso de bulos, muros y trincheras, Pedro Sánchez llamará a retreta a sus muyahidines mediáticos para chapotear en ciénaga, agitar banderas de odio y miseria al servicio de un nuevo mantra: nacionalizar el sector energético en su bolivariano interés. No hay desastre del que no saque tajada, ni desgracia que no aproveche para aumentar su poder. Al tiempo en los tiempos oscuros del sanchismo donde el culpable siempre habita extramuros del palacio donde dormita el Nerón monclovita.