La trampa española

No sólo eso: en una democracia parlamentaria donde la atomización y el centrifuguismo restan a las instituciones la estabilidad básica para que la sociedad civil y la empresa privada actúen a partir de un horizonte previsible, lo razonable es buscar fórmulas de entendimiento. No hablo de pactos «a la griega» (situación muy extrema que tenía sentido en aquel país para arrojar del poder a un Pasok corrompido hasta los huesos) o de componendas y mercadeos de trastienda, sino de un mínimo sentido de cómo funciona la democracia. No olvidemos que la democracia española, aunque a veces no lo parezca, tiene antecedentes históricos más antiguos e ilustres que los de buena parte de Europa, por ejemplo los comuneros que en el siglo XVI se rebelaron para impedir que los asfixiaran con más impuestos y dar poder a las Cortes (antiguos «concejos») frente al nuevo rey, y que representaban una muestra transversal de la sociedad. O los liberales de comienzos del XIX que dieron al mundo, precisamente, la palabra «liberal» (los sajones, por cierto, suelen olvidarlo).

Pero el mundo y la España de hoy no son ideales, y por tanto pedir que el PSOE y Ciudadanos hagan un acuerdo de Gobierno, o que el segundo haga posible la investidura del primero, no es realista. Supondría no sólo su renuncia a un compromiso formal de campaña y por tanto dar la espalda a más de cuatro millones de votantes, sino también abrir las puertas a una crisis en el instante mismo en que quedara en evidencia la incompatibilidad de visiones con respecto al modelo socioeconómico. El PSOE de hoy no es una fuerza socialdemócrata en términos de visión económica, sino socialista, con la que cualquier partido que se sitúe más o menos en el liberalismo chocará desde el primer día.

Tiene sentido que Sánchez quiera evitar una deuda con los nacionalistas en su investidura porque así neutralizará las acusaciones que le vienen desde la derecha. Tiene sentido también que quiera mantener a raya a Podemos porque gran parte de la estrategia socialista en tiempos del presidente del Gobierno ha consistido, y vaya que ha tenido éxito, en ir recuperando los votos de izquierda que Podemos le birló en años recientes. Pero no se puede echar en saco roto que Sánchez está en el Gobierno gracias a que se entendió con nacionalistas y extremistas de izquierda, y que su base hoy representa mucho más ese contubernio que un entendimiento entre el PSOE y Ciudadanos (como quedó de manifiesto el día de las elecciones cuando la calle, con alaridos, le advirtió a Sánchez que ¡con Ciudadanos no!).

Todo esto supone, por cierto, que el PP tendrá competidor en la oposición, algo que, lógicamente, le incomoda y preferiría evitar. Pero ante eso todo lo que tiene que hacer es… hacerlo mejor que su competidor. Tiene la ventaja de que está más fuerte que Ciudadanos en este momento y de que, mientras el partido naranja padece una presión descomunal, Pablo Casado -un hombre inteligente- goza de un mayor margen de maniobra.

Nada de lo cual quita que sigue siendo cierto que tarde o temprano ambas fuerzas se verán obligadas a entenderse si quieren ser Gobierno.