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El ángulo oscuro

Todos contra Salvini

En el ascenso de Salvini se prueba que los italianos, al menos, son un poquito menos masoquistas que los españoles

Juan Manuel de Prada

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Coincidí la semana pasada en la ciudad italiana de Viterbo, que conmemoraba a su patrona Santa Rosa, con Matteo Salvini. Acudía el vicepresidente y ministro del Interior italiano a la procesión de la célebre «máquina de Santa Rosa», una enorme y pesadísima torre barroca iluminada ... por candelas que transportan cientos de costaleros por las calles de la ciudad, mientras cae la noche. El recibimiento que los viterbeses dispensaron a Salvini fue apoteósico: a su llegada a la Piazza del Comune la multitud lo recibió con vítores, arremolinándose en su derredor; y cuando el líder de la Liga ascendió en mangas de camisa (y con las huellas del sudor bien visibles en la tela blanca) hasta la iglesia de San Sisto, para saludar a los costaleros, los aplausos se volvieron atronadores. Todos los viterbeses querían hacerse fotos con el político, lo abrazaban exultantes y lo retenían enfervorizados, dándole ánimos para acometer los retos a los que se enfrenta.

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