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Diario de un optimista

EE.UU., democracia resiliente

Sin duda porque recuerdo la segregación anterior a 1964 y la miseria del sur, puedo testificar que, en una generación, gracias al debate democrático entre adversarios a priori irreconciliables, el derecho a la felicidad se ha acercado a su promesa

Guy Sorman

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Cuando, en 1905, el escritor y humorista estadounidense Mark Twain descubrió el anuncio de su muerte en un periódico local, respondió con un breve comunicado: «El anuncio de mi muerte es muy prematuro». Vivió cinco años más. La anécdota es válida también para la democracia ... en Estados Unidos. La inquietud sobre el futuro de la democracia en Estados Unidos expresada por los analistas durante las elecciones del 3 de noviembre me ha parecido, de entrada, excesiva. Que los ánimos se calienten durante el período electoral no es nada raro y tampoco es nuevo en la historia de Estados Unidos. Sin remontarnos a Abraham Lincoln, cuya elección provocó la Secesión, recordemos que la de Nixon estuvo acompañada de disturbios infinitamente más violentos que las protestas que Donald Trump ha podido convocar. Más allá de los enfrentamientos, el malentendido proviene de lo que en Estados Unidos se denomina democracia, y que no se puede reducir a una elección presidencial. Esta democracia, como la describió Alexis de Tocqueville en 1834 (pero ¿quién ha leído realmente sus libros?), se define por sus costumbres y sus instituciones. Puntualicemos. En primer lugar, la igualdad; la de las condiciones sociales, el derecho de expresión y comportamiento es lo que más asombró a Tocqueville, procedente de la aristocrática Francia. Imaginó que esta igualdad de condiciones se convertiría también en el futuro de la vieja Europa, y acertó.

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