Algo trae el potomac
Saber lo que se quiere
«Lo que debe importarle al PP son dos cosas: en qué cree y cómo hacer que los votantes perciban que el partido es capaz de materializar tales convicciones»
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Iniciar sesiónEs difícil averiguar las causas de una derrota o un fracaso electoral. Por eso es frecuente que, ante un batacazo, un partido acostumbrado a triunfar y a derrotas menos aparatosas dude de todo lo que ha hecho, dando palos de ciego. El Partido Popular no ... es una excepción a esta regla. Para unos el problema es Pablo Casado (¿con qué tiempo?); para otros es haberse dejado arrastrar por Vox a la extrema de la derecha (de haberse moderado más, ¿no habría Vox ganado muchos más votos conservadores?); hay quienes piensan que todo empezó con José María Aznar (que ganó elecciones) y quienes dicen que empezó con Mariano Rajoy (que también), y otros opinan que la culpa la tienen Ciudadanos, primero, y Vox, después (¿y qué pasa si esos dos partidos no son una causa sino un efecto del problema de la deserción de muchos votantes de un PP que tenía estas elecciones perdidas hiciera lo que hiciera?).
Todo esto tiene cierta utilidad, pero la justa. Lo que debe importarle a un partido que ha sido un pilar de la España democrática ante una prueba como la que enfrenta son dos cosas: en qué cree y cómo hacer que los votantes descubran que creen lo mismo y perciban que dicho partido es capaz de materializar tales convicciones. Nada, en estos días de reproches, introspección y palos de ciego indica que esas sean las grandes prioridades. Es normal: el trauma es muy reciente y, para colmo, la desesperación por no repetir derrota en las elecciones locales y autonómicas (y europeas) empuja a los dirigentes a buscar soluciones de emergencia. Pero el reto mayor no tiene que ver con el 26 de mayo; más bien, con regenerar al PP desde la identificación clara y certera de sus convicciones y a partir de una estrategia para devolverle a su “marca” autenticidad, lustre y capacidad competitiva. Desde el punto de vista de sus intereses y, quizá, sus ideales, esto es tanto más importante cuanto que el PP tiene, en el espectro que va del centro-derecha a la derecha nacionalista, rivales pugnaces y determinados que han olido sangre, y en el Gobierno, a un líder frío y temible -como todos los supervivientes- que hará lo suyo para evitar que el derrotado levante cabeza.
El PP es un partido conservador con toques liberales que en ciertos momentos ha sido conservador, en otros conservador-liberal y en algunos liberal-conservador, pero que no ha sido nunca ultraconservador, ultranacionalista o ultraliberal. En esa relativa indefinición ideológica abrigó, en sus tiempos de más éxito, a las distintas sensibilidades que no eran de izquierda en la compleja sociología española. Pero no logró eso porque no expresara ideas claras sino porque, expresándolas, aun cuando se inclinara hacia el conservadurismo o hacia el liberalismo, había en su visión, su tono y su estilo la suficiente amabilidad para con los votantes como para que nadie en el espectro que va del centro a la derecha se asustara demasiado o se sintiera repelido. Quizá no es mala cosa que recuerden esto ahora que parece haber quienes en el PP creen que abandonar convicciones es el sendero que conduce a la Moncloa.
Ese sendero, si existe para el PP del futuro, empieza por definir cuánto Estado y cuánta sociedad civil quiere este partido en la España del siglo XXI, cuánta intromisión y cuánta libertad de elección, cuánta Europa y cuánta nación, cuánta globalización y cuánta protección, cuánta democracia liberal y cuánto nacionalismo. Y, luego, con el coraje de sus convicciones, extender los brazos a españoles que piensen igual y a otros que no tanto.
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