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Del relator al infierno

No deja de tener su gracia cetrina que hayan rescatado una figura tan vituperada por nuestros clásicos para ese tabladillo de la farsa

Juan Manuel de Prada

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Nos enseña Quevedo en su Buscón que «un relator, con arquear las cejas, levantar la voz, dar una patada, hacer una acción, destruye un cristiano. Como todos nuestros autores del Siglo de Oro, Quevedo caracteriza a los relatores de rapaces y codiciosos, ruines y desalmados, ... muy dados a la sisa y el cohecho; y, por supuesto, con parcelita reservada en el infierno, casi siempre en sitio de privilegio y aun en ocasiones en el propio camarín de Lucifer. De la misma guisa los imagina también el discípulo más ferviente de Quevedo, Diego de Torres Villarroel, quien en sus Sueños morales describe un infernal tribunal de Plutón por el que pululan una multitud de diablejos, cada uno con su cargo correspondiente. Torres Villarroel enumera así el escalafón de los empleados de los tribunales: «Procuradores, alguaciles, escribanos, pasantes, letradillos, escribientes, corchetes, soplones, relatores y cagatintas».

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