La moda de FaceApp
Ratones buscando el quesito
La última pandemia de estupidez consiste, ya lo sabrán, en subir nuestra foto a internet para que una aplicación nos devuelva la imagen que tendremos de ancianos.
La tentación de verse, aunque sea hecho un carcamal, y la tentación aún mayor de que nos vean ... es tan irresistible que esto ha resultado un éxito mundial hasta que se ha ido reparando en que la aplicación, FaceApp, pertenece a un ruso. Solo el temor a que Putin pueda construir robots con nuestras caras y tomar Bruselas ha hecho que nos paremos a pensar en la manera absurda de dar nuestros datos, en este caso biométricos, a cambio de nada.
Aunque sí es a cambio de algo: del placer de verse. De proyectar nuestra imagen sobre las cosas, sobre el tiempo. Oh, cómo sería yo de viejo, o de rubio, o con el hoyito de Kirk Douglas, o con tetas...
La gente exhibe sus rostros, sus opiniones, sus pies, las notas de sus hijos, las cenizas de sus progenitores, su altura moral, sus ecografías, sus desayunos, las vistas del hotel donde veranean y no puntúan la capacidad orgásmica del cónyuge en una «app» porque el resultado sería más tétrico que verse de octogenario.
Estas cosas poco explicables las hacemos movidos por dos motores termonucleares: el narcisismo y la gratuidad. Internet nos parece que es gratis y además no nos pone a nadie enfrente. A cualquiera de nosotros nos llaman a casa o al móvil a pedirnos algo y no damos ni el nombre. Pero en internet nos relajamos. Desaparece el recelo.
La ciencia se está ocupando del tercer motivo. Hace días se publicó un estudio académico sobre 4.000 usuarios que demuestra que en las redes sociales nos comportamos como en una caja de Skinner, esas cajas de laboratorio donde los investigadores estudian el comportamiento de los animales: aislado de todo estímulo, un ratón toca un botón y le dan queso; el ratón aprende y no para de tocar.
Las personas actuamos igual movidos por el refuerzo de la recompensa. Un «like», una palabra, un «qué bien visto». Cuando colgamos algo en una red está estudiado que permanecemos unos minutos activos anticipando el premio, como ratoncillos nerviosos esperando el quesito. Llega un momento en que el comportamiento del roedor es predecible y manipulable. Por características propias de la especie, el nuestro además es ridículo.