Quim y el Rey

Conozco a Torra mucho mejor que sus votantes, sus consejeros, sus empleados. Mejor que Puigdemont. Sólo mi querido Enric Vila lo conoce tan bien como lo conozco yo. Quim fue mi editor, fue mi amigo y a pesar de que hace tiempo que no hablamos - ... tiempo, pero tampoco tanto, aunque sus jefes de prensa y de gabinete y demás payasos no se hayan enterado- sé perfectamente quién es, cómo piensa y razona, qué pasa por su mente cuando hace lo que hace y he de decir que no puedo dejar de sentir hacia él, más allá de las discrepancias que a veces separan los caminos de los hombres, el viejo afecto personal que una vez nos unió.

Y para mi Quim no ha existido jamás mayor honor que darle la mano al Rey de España. Juega a no recibirle o a regalarle absurdos libros de chiflados sobre el 1 de octubre, como hace poco más de un año, pero para mi Quim, y créanme que yo lo conozco mejor que todos estos advenedizos, no hay nada más extraordinario que estar en presencia de un monarca, y ya no digamos si además tiene la ocasión de estrecharle la mano. Recuerdo cómo fantaseábamos con conocer, algún día, a Isabel Windsor. Por lo tanto, esta distancia moral que intentó ayer simular, como haciéndose el republicano -lo que probablemente constituya una de las mayores formas de vulgaridad- es pura afectación, retórica procesista de cara a la galería de quien sabe que en todo ha sido vencido y ya sólo le queda la pataleta: y ni siquiera para desquitarse, sino más bien para continuar haciendo el ridículo con la vana pretensión de salvar los muebles cuando en realidad los estás acabando de calcinar.

El triste papel de Torra, de cateto de provincias ante una figura que le supera, y que pone en evidencia su pequeñez, su irrelevancia, su clarísima condición de prescindible, me hace pensar en sus tiempos de editor, cuando trataba de estirar más el brazo que la manga para alcanzar lo que anhelaba y no sólo no llegaba a tocarlo sino que además, en el intento, se le rompía la americana. Su paripé ante el Rey, como haciéndose la ofendida, o el que ha venido a reivindicar la república, o cualquier otra demencia que tampoco existe, se parece a lo que un agudo observador de la actualidad me dijo el jueves sobre el juicio del Supremo y el abogado Jordi Pina: «Su problema es que cuando intenta imitar a Javier Melero, acaba pareciéndose a Andreu Van den Eynde».

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios