Vidas ejemplares
Pillería inglesa
Los británicos querían salir del club y seguir bañándose en su piscina
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Iniciar sesiónEn la vida, la mayoría de los debates profesionales se dirimen hablando. Así que un orador dotado parte con una prima que le ayudará a llevarse el gato al agua. Los ingleses lo saben, por eso mientras nuestra educación está centrada en la memoria y ... la acumulación de conocimientos (empollar), la suya prima el arte de una buena y convincente exposición, tanto oral como escrita (venderse bien). Las camadas de graduados que salen de Oxford y Cambridge son como solventes actores de teatro, capaces de resultar muy efectivos en un atril o en cualquier lance social. Por encima de todo, les enseñan a estar en el mundo. Resumiendo: pocos pueblos se venden mejor que los ingleses y, aunque los admiro mucho, no es oro todo lo que reluce. En el Reino Unido, por ejemplo, la productividad es baja, porque currar no es precisamente el deporte nacional. Pero la fachada se cuida mucho, y siempre dan el pego.
Ante el Brexit, los ingleses confiaban en que sus dotes diplomáticas les permitirían vacilar con la UE y lograr el milagro de soplar y sorber al tiempo. Es decir: salir del club europeo en nombre de un prurito nacionalista y de rancias morriñas imperiales, pero seguir bañándose en su piscina sin siquiera pagar cuota. Darnos con la puerta en la cara, pero llamándonos al tiempo «nuestros mejores amigos», como hace cada día el errático primer ministro Boris Johnson. Rechazar las libertades europeas, sobre todo la de libre tránsito de ciudadanos, pero seguir disfrutando por la patilla del mercado único. Salir de la UE, pero negándose a establecer algún tipo de control fronterizo entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Un absurdo, pues tras el Brexit ahí estará el linde entre la zona de libre comercio comunitaria y un Reino Unido que ha decidido dejarla.
Theresa May, que no era brillante pero sí honesta, logró el único acuerdo posible con la UE, que combinaba la salida del club con un cierto acceso a sus instalaciones. Pero los hooligans brexiteros del Partido Conservador lo rechazaron por pura emotividad nacionalista. ¿El resultado? Una maravilla. Un primer ministro frívolo y vago y que no ha ganado unas elecciones. Un jefe de la oposición que es un chiflado marxista de los años 70. Un país gobernando de facto por Dominic Cummings, el inteligente Rasputín que fue cerebro de la exitosa campaña del Brexit y que ahora mangonea al disperso Boris como jefe de estrategia del Número 10. Riesgo de otro referéndum de independencia en Escocia y de poner en jaque la costosa paz norirlandesa. Empresas a la fuga. La City en cuestión. Caída de inversiones y frenazo del crecimiento. Y como posible futuro, convertir el país en un gigantesco paraíso fiscal.
Pero ha valido la pena, pues como proclama Boris -y no es un chiste- los británicos se liberarán de normas comunitarias tan invasoras como la de la conservación del arenque. Mentira, por cierto, pues esa regulación es local. Da igual. Lo importante, como dijo ayer Trump, es liberarse de la «pesada ancla europea»... con la que les iba estupendamente.
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