Tiempo recobrado

Paisaje después de la batalla

La alternancia en el poder ya no supone un cambio dramático

Ya hay desenlace, la campaña queda atrás y empezamos a tener la suficiente perspectiva para valorar lo sucedido en las últimas semanas. El veredicto de las urnas ha sido inapelable y no hay ninguna duda de que le corresponde gobernar a Pedro Sánchez, claro y ... legítimo vencedor de las elecciones.

Dicho esto, nuestra democracia no ha salido fortalecida de una campaña trufada de eslóganes y descalificaciones, en la que ha brillado por su ausencia el debate de los problemas que nos afectan a todos: la educación, las pensiones, los impuestos, el modelo laboral, los servicios públicos.

Me parece particularmente inquietante la polarización de las posiciones que hemos escuchado en la derecha y la izquierda, igualmente falsas y demagógicas. Ni era cierto que Sánchez iba a entregar España al separatismo catalán ni tampoco que el triunfo de la coalición de la derecha era una amenaza para la democracia.

Lo cierto es que nuestro país está en la Unión Europea, que la política económica está supervisada por las instituciones de Bruselas y que Sánchez no ha gobernado de forma muy distinta a la de Rajoy porque disfrutamos de la estabilidad que nos proporciona nuestro alto nivel de desarrollo y un elevado consenso sobre lo esencial. La alternancia en el poder ya no supone un cambio dramático.

No hay razones para el catastrofismo ni el pesimismo porque España es uno de los mejores países del mundo para vivir, con una democracia y unas libertades consolidadas y un Estado de bienestar más que aceptable, por mucho que se pueda mejorar.

Las propuestas de Vox afortunadamente han tenido un apoyo mucho menor de lo que se esperaba y, por el otro lado, la visión de Podemos de que este país está en manos de los bancos y una oligarquía política es una simplificación. Los datos muestran que, a pesar del retroceso durante la pasada crisis, España sigue siendo un país bastante igualitario.

Hay otro aspecto que ha pasado desapercibido y que también me parece inquietante: la falta de interés de los partidos por la regeneración ética de la política. Con honrosas excepciones, no se han propuesto medidas para combatir el enchufismo, las puertas giratorias, la corrupción y los males por los que el PP ha pagado un alto precio.

Por el contrario, algunas formaciones han incorporado tertulianos, tránsfugas, toreros y famosos a sus listas, lo cual resulta legítimo pero demuestra una confusión entre política y espectáculo.

No quiero que alguien piense que estoy diciendo que da igual a quien se vote y que todas las opciones políticas son iguales, pero lo que sí me parece evidente es que no hay buenos ni malos, que no existe un monopolio de la verdad y que nadie debe ser juzgado por haber votado a unas u otras siglas. Falta finura en la política española, como exclamó un asombrado Andreotti en una visita a nuestro país hace más de 30 años. Pues eso: un poco más de sutileza y menos sectarismo.

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