La rutina de la fabada

Madridista, tus victorias han dejado de ser noticia

José F. Peláez: «Viva la Blanca Paloma»

Y el Madrid, ¿otra vez campeón de Europa? En estos tiempos del nihilismo culinario, regresó la fabada como una costumbre de fin de primavera blanca. Cosas de la rutina. Las caritas de funeral siempre son cosa de otros. No sé para qué se juegan las ... finales con el Madrid. Ni para qué se invocan las gestas históricas y la leyenda como factor de motivación, o para qué se activan los falsos temores del madridista nervioso, o los absurdos análisis tácticos. O para qué se molesta la afición contraria en viajar, emborracharse, agitar sus bufandas, quedarse afónica y gastar dinero con la estúpida esperanza de que alguien venza al Madrid en una final. Es para nada. Es el destino. Siempre son los demás los que caminan solos. Está escrito en letras góticas de Biblia antigua. En romano, griego, hebreo o arameo. Y mira que protestó cuando el sorteo le cruzó con el París iluso y traicionero de M´Bappe, Messi y Neymar, en el que quien corre de verdad es Di Maria.

Madridista, tus victorias han dejado de ser noticia. Sé de las emociones, de la euforia de quien celebra copas repletas de hielo y ginebra como si no hubiera un mañana, como si las trece anteriores fuesen inservibles, como si fuese la primera. Aburre la retórica que te convoca para agrandar la historia, ese sacar pecho con la superioridad moral del malote que da capones a los demás en el recreo, mirándoles siempre por encima del hombro. Porque es quien lleva el balón, quien organiza los equipos, es el líder sin discusión, el del carisma, el ganador. Y además siempre sacaba buenas notas. Pero para qué negar la evidencia.

Nos llaman odiadores del blanco, ‘outsiders’ acomplejados, aspirantes a la nada. Pobres de solemnidad a la espera de un eurito de limosna, incapaces de asumir que muy en el fondo de nuestro corazón somos madridistas. Y que si no lo exteriorizamos, es solo por un desajuste mental que ninguna pastilla remedia. ‘Loosers’ de todas todas. Y nos dicen, “con lo fácil que es ser feliz, ¿por qué te empeñas en ser un desgraciado?” No lo sé. Empiezo a pensar que hay algo sobrenatural en este hábito de triunfo, en esta reiteración de una mística anímica. Quizás, algún mausoleo por descubrir bajo las catacumbas en el Bernabeu, con un hechicero enterrado bajo la maldición eterna de que nadie triunfe excepto el Madrid. Vete a saber del mal fario que lanzaría el paisano en su sarcófago de primer socio de la historia.

Haya vudú o no, el odioso metalenguaje de la rutina futbolera es solo la justificación de algo que el Madrid de la grandeza histórica, la hazaña bélica y el supremacismo blanco ha probado muchas veces. Y si lo ha probado tanto, algo habrá que nadie más conserva para su gozo. Habrá de ser por merecimiento. Porque juega más. Juega mejor. Se lo cree. Algo les inoculan en ese césped para que el ADN brille en el contraste, y se llama amor propio. Los biberones de aquel Sevilla son la nada frente a la fortaleza mental de hacerlo todo fácil. Y siempre emerge el blanco con méritos sobrados. Espero paciente esa inyección de triunfo eterno. Porque sí, porque es evidente que sana, te sublima el orgullo y te hace sonreír feliz. Me rindo.

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