Vidas ejemplares
«¡Vayan al pub!»
En estos momentos, tal vez consumir sea un acto patriótico
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Iniciar sesiónJosé Saramago fue un escritor portugués afincado en España de éxito tardío y enorme. En 1998, a los 76 años, le concedieron el Nobel y poco después me encargaron entrevistarlo. Esperaba a un humanista afable y humilde. Me topé con un hombre espigado, que atendía ... con educación, pero que destilaba cierta altivez y una irritación retenida con esfuerzo por sus buenos modales. Saramago, marxista, escritor políticamente «comprometido», echaba pestes del consumismo. Los centros comerciales le parecían «la caverna de Platón», un sucedáneo de la realidad, que obnubila nuestro conocimiento y anula la comunicación humana. El maestro percibía allí «el espíritu autista de unos consumidores obsesionados por comprar». También lamentaba lo fatal que iba el mundo y los daños de la globalización: «Los pobres se han multiplicado. Este mundo no tiene solución. No nos merecemos la vida». Ese discurso pesimista de denuncia le aportó gran prestigio.
Saramago está considerado un soberbio novelista (aunque siendo sinceros, a algunos nos amuermaba lo suyo y nos suscitaba secretas dudas). Políticamente ya no cabe duda alguna: no daba una. Aunque el pesimismo vende más que el optimismo, lo cierto es que desde 1990 el número de niños que mueren antes de los cinco años ha caído a la mitad y el porcentaje de la humanidad en extrema pobreza ha pasado de un tercio a uno de cada diez. El giro al capitalismo sacó a China de la postración. Mentes tan claras como las de los ilustrados escoceses Adam Smith y David Hume dejaron ya sentados en su siglo XVIII los beneficios de la división del trabajo, la libre competencia y el comercio. Aunque defendían la justicia y la equidad, advertían que una búsqueda de la igualdad absoluta solo traería un empobrecimiento general (y el comunismo acabó dándoles toda la razón). En cuanto a los centros comerciales que aterrorizaban a don José, en mi infancia pude ver cómo la simple llegada de un Corte Inglés a mi barrio lo renovaba por completo, lo hacía mucho más agradable y traía empleos.
«Tu gasto es mi ingreso y mi gasto es tu ingreso», esa es la máxima que mueve la economía y nos da de comer. Rishi Sunak, de solo 40 años y de ancestros indios, es el ministro de Economía de Boris Johnson. A diferencia de lo que se estila por aquí con el modelo Adriana Lastra, antes de meterse en política le dio tiempo a trabajar en un banco multinacional y a crear su propio fondo de inversiones. Sunak acaba de hacer un ruego a los británicos: recuperen su vida de hace tres meses, vayan al pub, salgan a comer con familiares y amigos, renueven su cocina o cambien de casa, compren un coche, viajen por el país... Vuelvan a vivir, consuman, «o en una economía de servicios como la nuestra perderemos a una generación de jóvenes y a los empleados de bajo poder adquisitivo».
Aunque el «progresismo» español nunca lo entenderá, a veces consumir casi supone un acto patriótico. Poco después de que yo lo entrevistase, una lectora preguntó a Saramago en un chat digital si estaría dispuesto a «regalar sus novelas por amor al arte». Su respuesta fue tajante: «Yo vivo de lo que escribo señora». Comunistas sí, pero la vaca por lo que vale...
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