Vidas ejemplares
La no moción
Al final, hasta le vendrá bien a Sánchez
El populismo, de izquierdas o derechas, no funciona. Propone soluciones drásticas y milagreras, muchas veces caudillares, ante problemas complejos, que no se arreglarán con el dictado de las tripas e insultos al adversario. Sin embargo el malestar que lo espolea está justificado. Denuncia problemas reales, ... que el «establishment» de la partitocracia prefiere no ver. En su actual encarnación eclosionó en 2016, con el sorprendente triunfo de Trump, a lomos de votantes blancos desencantados con su país; y el del Brexit, patada de la Inglaterra olvidada a la espinilla de Londres y las élites ilustradas. La queja populista emana de dos problemas, uno monetario y otro psicológico: 1. El estancamiento de los salarios en Occidente y el reparto muy desigual de los beneficios de la globalización y los negocios digitales. 2. Un problema de dignidad y respeto. Los rezagados, los que no progresan en un modelo meritocrático que en la práctica no es tan abierto como promete, se sienten despreciados por no haber triunfado. La sociedad del «tanto cobras tanto vales» no los considera.
En España existe un tercer factor de malestar: un enorme y justificado hartazgo ante el implacable ataque independentista a la unidad nacional, que se topa con un PSOE entreguista y con un PP en su día pusilánime. Ahí bebe Vox, una escisión populista del Partido Popular, formación donde el actual líder verde tuvo su único empleo hasta el presente y en la que militó cinco años Garriga, que mañana defenderá la moción de censura. Vox recoge una queja justa. La duda es si cuenta con ideas económicas más allá de tres tópicos, con cuadros preparados, implantación en todo el país y templanza interna para ofrecer soluciones. Su aparición cobraría un sentido último si pudiese convertirse en la opción hegemónica y aglutinadora de la derecha a fin de vencer a un «progresismo» que con su dominio mediático va camino de una larga hegemonía electoral (que Iglesias anuncia ya perpetua). Pero parece harto dudoso que Vox pueda desbancar al PP, porque es muy difícil completar desde postulados extremosos la gran obra pendiente en España: reunificar a la derecha para volver a ganar. Por eso la moción de censura, presentada cuando no se ha cumplido todavía un año desde las elecciones, se queda en un show de márketing para aliviar un estancamiento demoscópico. Con el problema añadido de que dividirá más a la derecha -Abascal aprovechará para flagelar a Casado- y favorecerá a Sánchez, pues precisamente cuando está inmerso en una operación autoritaria contra los jueces tendrá la oportunidad de calarse la careta de moderado ante una moción estridente.
El PP ha de votar «no» a este teatro sin posibilidad de éxito, como bien recomienda Aznar. De lo contrario sería subsidiario de un partido incapaz por definición de reunificar a todo lo que va del centro a la derecha. Casado, por supuesto, debe intervenir en las sesiones y componer un elevado discurso de Estado para explicar en medio del vocerío que aquí existe un problema económico de primer orden, gravísimo, mientras los partidos se dedican, como en los carnavales de mi infancia, a tirarse petardos jugando a ver quién es más doctrinario/macarra.