La barbitúrica de la semana
La compasión de microondas
Este verano se habló mucho de la supuesta valentía de Biles y poco de sus compañeras, que tuvieron que batirse el cobre solitas
Julio y agosto han dejado a su paso un reguero de pañuelos, una compasión de microondas y una sensiblería gomosa. La irrupción de Simone Biles como patrona de los aquejados por la ansiedad -el síndrome de nuestro tiempo-, tiene un ramalazo de paternalismo que recompensa ... la debilidad antes que el esfuerzo.
La presión psicológica de los deportistas de élite es del mismo tamaño de la gesta que deben acometer. Cuando la cinco veces campeona del mundo dijo que no defendería el oro olímpico porque debía centrarse en su salud mental, Biles ya había participado en una primera competición por equipos en la que falló un intento durante el salto de potro.
La ovación a su renuncia fue casi de un sibaritismo moral. Ahí donde unos vieron el coraje de airear el supuesto tabú de la enfermedad mental, quedó en realidad un poso de deserción. Se habló mucho de Biles y poco de sus compañeras Jordan Chiles, Grace McCallum y Sunisa Lee, que tuvieron que salir a batirse el cobre solitas.
Biles descargó sobre su equipo un peso que en realidad era suyo. Si no estaba dispuesta a cumplir expectativas, pudo decirlo antes de coger el avión a Tokio. ¿Alguien imagina a Aquiles apeándose de la guerra de Troya en el último momento? ¿O a Margaret Tatcher llorar en la BBC durante la huelga de los mineros? ¿Qué motivo existe para que alguien pueda pasar de curso sin aprobar las materias? ¿Por qué hay que premiar la rendición?
La sociedad que habita en la posverdad experimenta cierto gusto en mirarse desde su capacidad de sufrimiento y no desde aquello a lo que aspira. Si antes de la pandemia, la muerte, la enfermedad y la vejez eran asuntos ignorados y vivíamos en un mundo lleno de ‘runners’, hoy se esparce un victimismo falsamente consensuado y autoritario, capaz de levantar una capilla o una horca según quién interprete el catecismo.
Una sensación permanente de agravio, de que el mundo nos debe algo, ha impuesto una verdad líquida y volátil que se abre paso como un ácido. Es una forma de demolición por la vía de la indulgencia y la simplificación de la realidad como mecanismo de compensación. Se renuncia a la idea del esfuerzo como camino para alcanzar la virtud y, sobre todo, como elusión de la responsabilidad individual. Por eso Simone Biles es un ejemplo de telediario, una homilía de Twitter.
Tener arrestos supone un acto de insurrección. Es la elección individual de llevar la contraria a la medianía. Es nuestro derecho a elegir ser mejores. Eso no nos hará necesariamente más felices, pero sí menos estúpidos. Se trata de ser conscientes del esfuerzo que sostiene las cosas duraderas: desde los medalleros olímpicos hasta la longevidad de las democracias. Por eso algo falla cuando enseñar se confunde con entretener, el emotivismo se impone sobre la emotividad y la claudicación se confunde con valentía. Todo forma parte de la compasión de microondas y el victimismo de saldo.