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Un Rey muy especial
La regulación con Hacienda termina de hacerle un español más. La historia pondra el epitafio
El juicio a Juan Carlos I deberá hacerlo la historia. Como de todos los personajes controvertidos, los contemporáneos podemos sólo señalar sus rasgos más destacados, junto a éxitos o fracasos, sin adivinar las consecuencias, que llegan más tarde y pocos habían previsto. Es como Truman, ... aquel «camisero de Missouri» que es hoy uno de los presidentes norteamericanos más valorados, mientras Kennedy, si no llegan a asesinarle, no hubiera alcanzado la fama que tiene. En Don Juan Carlos destacan los altos y bajos, pronunciadísimos, como si el destino hubiese querido jugar con él.
Nacido en el exilio romano de su familia, tras vivir en Suiza y Portugal, llegó a España aún niño para hacer sus estudios, tras el acuerdo entre su padre y Franco, pero con intenciones distintas. Don Juan quería mantener la legitimidad dinástica, Franco veía en él posibilidades de continuidad, aunque dudaba, como le dijo cuando le pidió asistir a los Consejos de Ministros. Esta tensión entre Estoril y El Pardo fue el leitmotiv de los años de formación de Don Juan Carlos, que incluyeron el paso por las tres academias militares por expreso deseo de Franco, mientras Don Juan subrayaba su derecho al trono. No fueron, sin embargo, años perdidos. Don Juan Carlos aprendió mucho, pese al férreo marcaje al que le sometían. Lo más importante, que la mayoría de los españoles habían dejado de ser monárquicos, por lo que, si un día quería ser Rey, tendría que ser con una monarquía distinta a la de sus antepasados y al franquismo. Fue lo primero que hizo en cuanto tuvo ocasión, asombrando a todos.
Le habían apodado «El Breve», pero reinó casi 40 años, sirviéndose de personajes de su edad del régimen que compartían su idea de «ser el Rey de todos los españoles», que proclamó en el Congreso norteamericano entre aplausos. Su paso por las academias militares le vino muy bien para parar el golpe del 23-F de quienes se oponían a que el cambio fuera real. Que se hiciera sin derramar sangre no hizo más que aumentar su prestigio nacional e internacional.
Alcanzado su principal objetivo y con el país en velocidad de crucero, Don Juan Carlos pareció querer recobrar la juventud que no había tenido. Sus aventuras extramatrimoniales eran de dominio público y sus amistades con gente de dinero, algo menos, pero también. Las primeras le llevaron a una desastrosa caza de elefantes, que acabó en el quirófano. Tuvo, sin embargo, el valor de reconocer que se había equivocado y abdicó. Las segundas le han costado una regulación de 678.393 euros con Hacienda, de ingresos no declarados. Eso termina de hacerle un español más. La historia pondrá el epitafio.