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Confinados

Nuestros políticos han conseguido que los españoles no creamos en ellos, es más: que creamos lo contrario de lo que nos dice

José María Carrascal

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Con rostro fúnebre, voz quejumbrosa y casi vestido de luto, Pedro Sánchez informó el viernes a los españoles que había decretado el estado de alarma y el sábado nos confinaba en nuestros hogares, con la única excepción de ir a trabajar, comprar alimentos o medicinas. ... Esto, cuando el domingo pasado celebraba las múltiples manifestaciones feministas, donde el Covid-19 debió de hacer su agosto. Así cambia nuestro país y así es nuestro presidente, capaz de decir una cosa y la contraria en menos de una semana. Con el resultado de que tendremos que prescindir del aperitivo en el bar de la esquina, de nuestro restaurante favorito, de uno o cinco tenedores y de nuestro garbeo nocturno, nadie discute que la principal medida para frenar un virus tan contagioso es evitar las multitudes y confinar («recluir dentro de límites» DRAE) a los individuos en sus casas. Torra ya había pedido que «se confinase a toda Cataluña». No hay que ser un lince para imaginar qué buscaba: una barrera entre España y Cataluña, aunque fuese viral. Ya se encargaría él de hacerla efectiva, si le dejasen. Pero con toda España «confinada», va a serle difícil, aunque no cejará en el empeño. Tampoco nos extrañaría que le echase la culpa de la infección. Ni que Sánchez lo admitiese en la lista de reivindicaciones en la mesa del conflicto catalán. Peor fue el «tú a tú».

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