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EDITORIAL

Izquierda y separatismo nunca «crispan»

Lo ocurrido en Alsasua hace dos años fue una aberración y un intento de linchamiento terrorista que ahora encuentra amparo en el PSOE

Pedro Sanchez preside el comite ejecutivo del Psoe. el pasado 5 de noviembre Ignacio Gil

ABC

Inexplicablemente, el Gobierno de Pedro Sánchez ha tocado a rebato contra el constitucionalismo en Alsasua. Hasta tres ministros -Margarita Robles, Fernando Grande Marlaska y José Luis Ábalos- justificaron ayer, de modo balbuceante y poco convincente, las palabras de su portavoz en el Senado, Ander Gil, contra el acto celebrado el domingo por Ciudadanos, el PP y Vox por las libertades públicas y en favor de la Guardia Civil. Es inaudito que el Gobierno culpe a esos partidos de «crispar» por manifestarse libremente a favor de algo tan esencial en democracia como la convivencia. Lo ocurrido en Alsasua hace dos años fue una aberración y un intento de linchamiento terrorista que ahora encuentra amparo en el PSOE. Sin embargo, el PSOE nunca culpa a Arran, la CUP o ERC de crispar o «tensionar» cuando queman banderas de España y fotos del Rey. El PSOE nunca culpa de crispar a quienes se apropian de calles e instituciones públicas con lazos amarillos, hablan cínicamente de «presos políticos», o tildan al Tribunal Supremo de órgano «represor» del Estado. Y el PSOE nunca culpa a Otegui, ese «hombre de paz» condenado por terrorismo, de crispar. En España solo crispa la derecha democrática, ya se sabe. Es imposible diagnosticar por qué el PSOE acepta esta involución del raciocinio democrático, salvo que de verdad pretenda liderar con Podemos y el separatismo la demolición de nuestra Constitución. Y más difícil de entender es que se haya embalado en esta peligrosa deriva, que está pervirtiendo sus propios principios y valores, criminalizando sistemáticamente a los partidos constitucionalistas.

Y si muy lamentable es que el sanchismo oficial persista en criticar el derecho de manifestación de la oposición, es del todo descorazonador que otros dirigentes socialistas -alejados en principio de la impresentable teoría territorial que maneja su secretario general, al que en privado critican- no hayan sido capaces de alzar la voz contra ese disparate censor. Ni Susana Díaz se ha atrevido a apartarse de la doctrina oficial de Ferraz. Los electores andaluces habrán tomado nota de esta flojera de la candidata a repetir en la Junta andaluza, y seguramente entenderán muy mal que ayer se viniera a sumar a la teoría de las oscuras «otras intenciones» que, según los socialistas, tenía la manifestación de Alsasua. Hoy por hoy, el PSOE no solo está en la deriva arriba descrita, sino que no presenta una alternativa para retormar una senda de sensatez que consiga indentificarlo como un partido capaz de defender la democracia y la unidad de España, sin temor a que se enfaden quienes quieren liquidarla, que son los mismos, por cierto, que auparon a Sánchez a La Moncloa.

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