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Una raya en el agua

Los suresnes de Adriana

Como solía decir Guerra con ese desdén marca de la casa, «éstos nunca han tenido que ir a un entierro sin ganas»

Ignacio Camacho

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El humo de colores con que los guionistas de La Moncloa suelen aderezar las sesiones de control en el Congreso salió ayer algo desvaído, casi ceniciento, con un tinte grisáceo. Las frases -nunca ideas- que le habían preparado a Sánchez carecían no ya de convicción ... sino de brillo para cuajar en consignas de argumentario. El laboratorio sanchista no encuentra modo de justificar la bienvenida a Bildu como socio de Estado, y relacionar a Casado con Trump resulta un recurso forzado, mal traído, como un comodín extemporáneo. El presidente está incómodo; sabe que las cuadernas del partido han crujido con ese pacto y que no funciona el torpe intento de negarlo. Hasta que Redondo invente algo, un señuelo, otra polémica, algún escándalo, no le queda otra que pasar el mal trago y evitar cualquier referencia, aunque sea de soslayo, al asunto «non grato». El problema es que Pablo Iglesias está contento y no para de remover las brasas con un palo. Cada vez que blasona de su éxito estratégico pone en un brete a su aliado.

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