cambio de guardia
Vergüenza en el Congreso
El Parlamento español es un recinto en donde habita mala gente; no necesariamente locos
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Iniciar sesiónEscuchar al que sufre es difícil. Para el animal egocéntrico que es el humano, no hay dolor en el mundo que pueda igualar el suyo. Y el de los otros es sólo un espejo sobre el cual proyectar las quejas propias. Al sufrir actual que ... alguien nos narra, un atávico impulso nos lleva a contraponer pasados pesares nuestros. En una monstruosa competencia, de la que nuestra vanidad salga compensada. Es un envite ético mayor oponer resistencia a esa deriva, que hace del otro marioneta para retóricas más onanistas que contristadas.
Volodímir Zelenski ejerció el martes la voz de una población masacrada. En la que es, sin lugar a duda, la más mortífera de las agresiones armadas sobre Europa desde el reparto de Polonia entre Hitler y Stalin. Esa voz viene ejerciendo por todos los parlamentos y asambleas internacionales. Con un riesgo extremo. No todos son conscientes de que comparecer telemáticamente desde un refugio secreto exige una celeridad y una logística complicadísimas. En un mundo virtualmente reduplicado, como el nuestro, localizar el punto exacto desde el cual se produce una conexión telemática es un juego de niños-hackers. Y exceder en unos pocos minutos el tiempo de transmisión te convierte en blanco nítido de quienes te rastrean. Para los misiles rusos, reducir ese punto a cenizas -y junto a él todo cuanto aliente en un radio de kilómetros- sería entonces una rutina elemental. El tipo que hablaba el martes a nuestras orondas señorías se estaba jugando la vida. Como se la está jugando el pueblo del cual hablaba.
Y ese tipo que se juega la vida merece por ello, al menos, un respeto. El de que quien preside el Parlamento no malgaste tres minutos y medio en trivialidades. El de que el presidente del Gobierno no lo ponga a tiro de los misiles rusos, prolongando durante diez minutos una intervención que hubiera debido limitarse a decir gracias y a garantizar a Ucrania todas cuantas armas necesite para parapetar a Europa, que es con exactitud lo que los ucranianos están haciendo con sus vidas.
Hubo después los reticentes. Los que negaron aun el convencional signo de piedad que es el aplauso. No me sorprende. Que gentes como Enrique Santiago o los de la CUP hubieran aplaudido al enemigo de su mejor amigo -un tal Vladímir Putin-, puede que hubiera llegado a suceder en un manicomio. Pero el Parlamento español es un recinto en donde habita mala gente; no necesariamente locos.
Y hubo, más tarde, los necios comentarios, los descerebrados comentarios de toda la vida. Que si Guernica no, que si Guernica sí… Como si los miles de muertos, las violencias y destrucciones sobre Ucrania fueran sólo una nadería a la luz del único drama: el de nuestros padres. Y como si para medir cualquier tragedia no existiese más canon que el de una guerra de hace casi cien años. Da vergüenza.
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