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Editorial

Bienvenido a España

Por encima del ruido político, de todo tipo de fricciones, y de la ‘pena de telediario’ sufrida, Don Juan Carlos debe saber que es bien recibido en su nación dos años después de irse

Crónica de la llegada del Emérito

Editorial ABC

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La primera premisa de la llegada de Don Juan Carlos a suelo español por primera vez en dos años es la de alejarse una distancia prudencial del ruido político provocado y darle la bienvenida. El padre del Rey aterriza en Pontevedra con absoluta legitimidad después de que la Fiscalía haya archivado todas las diligencias de investigación abiertas. Y también, sin que pese sobre él ningún proceso penal toda vez que, además, regularizó con la Agencia Tributaria los más de seis millones de euros que se le reclamaban. Lo de menos en estos momentos es seguir insistiendo en su inviolabilidad, en la prescripción de algunas conductas, o en la inexistencia de pruebas para demostrar delitos. La fase jurídica de la ‘pena de telediario’ vivida por Don Juan Carlos ya es pasado por más que algunos partidos traten de reactivarla siempre como arma política para lograr su fin último, la erradicación de la Monarquía parlamentaria como modelo de Estado, y de la Corona como esencia de su jefatura. Lo relevante ahora es que Don Juan Carlos regresa con todo derecho, con ilusión de reencontrarse con su familia, de retomar aficiones personales, y con el deber inexcusable y forzoso de poner todo de su parte para contribuir a dignificar a la Casa Real, que siempre ha de quedar por encima de las personas.

España debe entrar así en fase de superación de muchos resquemores hacia la figura de Don Juan Carlos, porque sería injusto no ofrecerle una bienvenida con los brazos abiertos y dejar en el olvido lo mucho que hizo por la democracia en momentos críticos de nuestra historia. O no recordar cómo en su papel de jefe del Estado, y por tanto de primer embajador, promovió inversiones millonarias para nuestro país. Si no es fácil olvidar sus errores, también sería injusto desdeñar sus aciertos. Sería tanto como claudicar ante el marco mental obsesivo en el que se mueve la extrema izquierda y asumir que Don Juan Carlos siempre debe ser una suerte de culpable sin sentencia. Sería caer en su trampa. En realidad, dos años fuera de España han representado para Don Juan Carlos un alejamiento incómodo de su propia tierra y de su entorno. Y también, un dolor del que es justo que se recupere poco a poco concediéndose estancias temporales en España que nadie puede negarle, porque eso es precisamente lo que ha pactado desde hace meses con Don Felipe. Y eso es justo lo que conviene empezar a apreciar con normalidad y naturalidad, y no con la doble vara de medir con que lo hacen quienes usan la ley del embudo para disculpar, perdonar y agasajar a delincuentes, y sin embargo son intransigentes con Don Juan Carlos para debilitar a la Monarquía.

El de Don Juan Carlos es, en efecto, un viaje privado. Pero también habría sido preferible evitar tantos días de goteo de rumores y filtraciones interesadas. Ha faltado información clara a tiempo sobre una agenda que debió ser pública desde el primer momento para evitarse todos -Don Juan Carlos el primero, Zarzuela después, y el Gobierno también- interpretaciones confusas sobre este viaje o sobre las fricciones que ha generado. Lo conveniente habría sido tener confirmaciones previas de cada movimiento para no dar lugar a especulaciones sobre dónde dormiría, el momento concreto de ver a su hijo o a Doña Sofía, o si pisaría o no La Zarzuela. Pero aterrizado ya en España, no se debe dudar de que este viaje será todo un ejercicio de responsabilidad colectiva. Lo único deseable es que la Corona salga reforzada de una vez por todas de tantos episodios que la han perjudicado de modo muy notable.

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