Cálculos estúpidos
Que en el esperpéntico debate sobre el emplazamiento del almacén temporal de residuos nucleares haya un cálculo político se entiende. La política, la mejor política, no debe ser una invitada inoportuna en la discusión previa a una decisión de Estado. Sobre todo si, como es ... el caso, esa elección va a suponer un sustancioso maná en inversiones y puestos trabajos para la comarca que lo acoja en su territorio. Tampoco constituye un oprobio que gravite sobre el debate un cálculo electoral.
Se habla de electoralismo como si tratara de la peste, cuando el principal objetivo reconocido de un partido es obtener el poder, y éste, en una democracia, sólo puede conseguirse en unas elecciones libres. El fin no justifica todos los medios, pero las cábalas electorales, ni son ilegítimas, ni tienen por qué ser despreciables.
El objeto del reproche a los gobernantes que se oponen a que alcaldes de sus propios partidos opten a esa lotería no debe buscarse, pues, en las intenciones políticas o electorales que les animan, sino en el grado de estupidez que se ha filtrado en los cálculos que han realizado en ambos terrenos. Porque los partidos parten de una suposición no comprobada que se da por supuesta: que los electores van a romper las urnas en la cabeza de los políticos que no se opongan a esa instalación. La experiencia, sí comprobada, de lo sucedido en otros países va en la dirección contraria: una vez que el temor atávico a lo nuclear se disuelve con las primeras lluvias de millones, los ciudadanos se comportan como lo que son, personas con criterio propio.
En mi opinión, en este asunto sí hay una par de conductas que los electores no perdonan. La primera, condenar a la indigencia a un pueblo sin recursos en virtud de suposiciones no verificables. La segunda, mantener una posición política y la contraria por razones exclusivamente geográficas.
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