Sin punto y pelota

Cuba, siniestro total

Parece complicado conseguir que gente hambrienta y con miedo pueda derrocar a una dictadura

EFE/Ernesto Mastrascusa

Tener apenas mayoría de edad y que te caigan más de diez años de cárcel por salir a la calle a gritar que quieres comer. Ocurre en una isla del Caribe de la que quieren emigrar y no pueden, al contrario de aquella canción de ... Siniestro Total. Cuba, siniestra total , llena de luz y música, contraste más amargo aún con la pobreza y la represión. Una página de periódico sobresale, rodeada de Ucrania y de gas de Argelia, con esas condenas de prisión a los jovencitos que se jugaron la vida el 11 de julio de 2021, protestando contra un régimen de dieta hipocalórica obligatoria que ha sobrevivido a los Castro, a los que no mató nadie, al contrario, también, de aquel tema de Hombres G. El castrismo sobrevivió bien a Fidel, contra algunos pronósticos, como para que despreciemos aquí con pamplinas nuestra Transición, empeñados en demolerla los de las camisetas del Che que apoyan con fuerza la ley Trans, empanada que hacen compatible los que quieren hormonar a menores para que transicionen de sexo y les da igual que en Cuba no tengan medicinas básicas los que quieren transicionar a la democracia, sean del género fluido que sean.

A los cubanos en España los titulares se los dan por teléfono. J. se queda machacada después de charlar con su familia en Cuba. Ella, que es todo sonrisas y amabilidad en una librería de Málaga, luminosa, rodeada de quioscos de flores, en una avenida señorial de edificios rehabilitados y no cayéndose. Mientras soplo un café en un bar de molletes con aceite, esquina opuesta a otro de desayunos con crepes con aguacate y salmón para nómadas digitales, me cuenta la alegría de que una clienta pueda llevar medicinas a su famila; la desesperación de la amiga que, hace un año, tuvo a su hijo adolescente durante quince días en paradero carcelario desconocido; el precio de una cerveza que no se permite su padre o la ilusión de todos cuando ella va cada dos años y les invita a pizza. Ese lujo.

J. describe en un rato, sin tanto artículo en ‘Foreign Policy’, el enrocamiento de un régimen al que no hacen caer las sanciones. Las sufre el pueblo y las esquivan los prebostes castristas. Parece complicado conseguir que gente hambrienta y con miedo justificado pueda derrocar a una dictadura.

En esa calle bulliciosa del café tomé hace semanas otro con un empresario que tenía colaboradores online rusos y, en pleno horror de Ucrania, de donde había conseguido sacar a empleadas y familias, se preguntaba por la efectividad de dejar de pagar a los que le trabajaban desde Moscú con la noble idea de que cayera Putin. Era de cajón preguntarse por la inercia de poner en marcha sanciones que, de entrada, a quien hacen polvo es a las primeras víctimas de los dictadores a los que se pretende castigar. Preguntarse eso no te convierte ni en castrista, ni en defensora de Putin, ni de los ayatolás iraníes ni de Maduro. Ni siquiera en seguidora de Chomsky. Es solo una duda que te asalta una mañana con una amiga feliz por poder mandar medicinas a sus padres. A una isla del Caribe de la que muchos querrían emigrar.

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