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LA TERCERA

La banalidad del bien

«Ahora que la bondad se legisla y decreta, se exige y vigila, se evalúa en el acto y responde a un decálogo nuevo, sobran los buenos. Queda sólo el renegado que aplaza el juicio, trata de vencerse un poco, elude lecciones y se observa en la trinchera, lavando la ropa, frota que te frota, imaginando un mundo menos transigente, menos tolerante, en que nadie vea prudente subirse al pedestal a tolerar nada, por si, de tanto mirar lejos, no puede verse ya dentro»

Rodrigo Cortés

Los párpados nos confunden, son falsos indicadores de sueño; abrirlos no implica despertar, cerrarlos no conduce sino a la oscuridad parcial: ni a la desaparición ni a la hondura, ni a la introspección ni a la pereza; son escobillas, paraguas, lienzos que pintar o dejar ... en blanco, ventanas, contraventanas, tapas, telones, barreras, fundas. Cortan el viento, no indican nada. Si no los tuviéramos, daríamos menos por sentado , nos evaluaríamos con más detenimiento y dejaríamos de considerar que el estado habitual del hombre es, de día, la vela, o que fijarse con fuerza en algo es, por fuerza, verlo. Los párpados nos despistan, nos transmiten la falsa noción de que abrirlos deja paso a otra luz que la del sol, cuando el fuego que de verdad alumbra atraviesa carne, tela y hormigón, y el sueño que de verdad duerme desafía la expresión del búho, que indica, con suerte, atención, rara vez conocimiento.

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