El antisemitismo y la izquierda
«Las manifestaciones de antisemitismo ocurridas en Francia nos recuerdan que la izquierda contribuye desde hace mucho tiempo a esa forma de odio»
No, los fascistas no tienen el monopolio del antisemitismo. Las manifestaciones de antisemitismo ocurridas en Francia recientemente nos recuerdan que la izquierda contribuye desde hace mucho tiempo a esa forma de odio. Hace pocos días, Alain Finkielkraut, el conocido ensayista, casi fue linchado por un ... grupo de «chalecos amarillos» que lo insultaron, a plena luz del día y ante las cámaras, con estos alaridos: «Sionista de mierda, sucio judío, Francia nos pertenece a nosotros, lárgate, viva Palestina». Si no fuera porque la policía interrumpió el paso, lo habrían descuartizado. Esa misma tarde, algunos políticos e intelectuales de izquierda dejaron constancia en las redes sociales de que Finkielkraut -un francés, hijo de inmigrantes polacos, que ha dedicado su vida a pensar y escribir sobre Francia- se lo merecía.
Acaba de saberse que en 2018 los actos antisemitas aumentaron 74 por ciento. Poco antes de este suceso, unos retratos de Simone Veil, la sobreviviente de los campos de concentración que ocupó cargos prestantes en la política y la magistratura francesas, habían sido desfigurados con cruces gamadas y, poco después, el cementerio judío de Quatzenheim fue profanado.
Desde hace años, una izquierda radical ha trabado alianza con el islamismo, que no es una religión sino una ideología política basada en ella. Aunque se trata de corrientes minoritarias y a veces marginales, su influencia académica, mediática y cultural en algunos países europeos es de tal naturaleza, que han impedido que las autoridades y la sociedad civil actúen enérgicamente en defensa de los valores y leyes de la democracia liberal so pena de ser acusadas de racismo, etnocentrismo y hasta fascismo. En Holanda se llegó al absurdo de que Ayaan Hirsi Ali, que como parlamentaria denunció las prácticas más opresivas del islamismo contra la mujer, tuviera que exiliarse en EE.UU. Los matones que le advertían «Francia nos pertenece a nosotros» a Finkielkraut hablaban con la arrogancia de quien cree haber intimidado a la V República al punto no sólo de violar sus leyes contra el antisemitismo, sino de decretar qué francés tiene derecho a vivir en su propio país.
El islamismo representa, en tanto que ideología oscurantista, machista e intolerante, la negación del laicismo, el feminismo, el antifascismo y el antirracismo que la izquierda dice encarnar. La alianza se explica por el odio a un enemigo común, la modernidad occidental, la expresión material de la libertad. Ya en 1920, durante el Congreso de los Pueblos del Este en Bakú, la Internacional comunista hablaba de la necesidad táctica de apoyar el islamismo si las masas se proclamaban islámicas. Durante tiempo, esas conexiones se diluyeron, al punto de que, en la descolonización, tras la II Guerra Mundial, parte de la izquierda europea apoyó a movimientos socialistas pequeños antes que a corrientes independentistas mayoritarias en el Magreb por sus nexos con el islamismo. Pero, a medida que la izquierda de los sindicatos y los partidos perdía contacto con las masas europeas, esa izquierda creyó encontrar entre los inmigrantes musulmanes la forma de superar su orfandad y optó por congraciarse con sus líderes y activista radicales. La «umma» podía reemplazar al «proletariado» como aliado en la destrucción del capitalismo.
En la Francia de hoy, el proletariado vota a la extrema derecha. Huérfana de proletarios, esa izquierda radical se apoya cada vez más en el activismo islamista, es decir en los ideólogos que utilizan la religión musulmana contra los valores y leyes del Estado de Derecho y la democracia liberal, para sostener su lucha contra el enemigo. Aunque ello signifique caer en contradicciones infames y volverse machista, antisemita y xenófoba.