Álvaro Vargas Llosa - Algo trae el potomac

En los predios de Erdogan

Aunque Turquía ha entendido la importancia del capitalismo, ignora el otro componente: una legalidad que proteja los derechos

La raquítica lista de países cuyos ciudadanos pueden ingresar a la Unión Europea este verano (ridícula por la manipulación política y sanitaria que transpira) me obligó, por circunstancias personales, a salir de Europa para visitar Turquía. Más inteligente que las democracias liberales europeas, Recep Tayyip ... Erdogan ha abierto sus fronteras con condiciones y atrae, por precios irrisorios, viajeros que de otro modo vendrían a la Europa (ex)ilustrada.

Erdogan es uno de los tres grandes autoritarios de nuestros días. Los otros: Xi Jinping y Vladímir Putin. El monigote norcoreano no es «grande» porque su bomba nuclear es pura política interna y ego personal. Y los pelagatos tropicales que martirizan a Cuba y Venezuela tienen más de Tirano Banderas salidos de Valle-Inclán.

Erdogan quiere resucitar el imperio otomano, como añora Putin el régimen zarista y pretende Xi Jinping convertir el mar de la China Meridional en su piscina.

Erdogan tiene un arma poderosa: el islam. El islam no chiita carece de líder. El rey saudita (o el heredero) debería jugar ese rol, pero la dependencia de Estados Unidos y el hedonismo frenan esa tentación. Erdogan quiere llenar ese vacío. Por eso, está islamizando el país. No sería posible si no fuese porque en 2016 neutralizó un intento de golpe de Estado (real o fabricado) y llevó a cabo una purga descomunal. A pesar de sólo contar con el apoyo de la mitad de la población (en especial sectores rurales) y ser Turquía todavía un país con fuerte herencia kemalista, es decir secularista, su palabra es ley sin que bordonee una mosca. Debo haber sido uno de los últimos en visitar Hagia Sofia antes de que Erdogan consumara la conversión de este monumento que fue cristiano durante mil años (antes de ser musulmán y luego un museo) en una mezquita. La segunda vez que pasé por allí, la presencia de las fuerzas de seguridad era intimidatoria. Estaban allí para sellar la islamización de Hagia Sofia y «proteger» una fiesta nacional reciente que conmemora el fracaso del golpe de Estado.

Aunque, al igual que China y Rusia, Turquía ha entendido la importancia del capitalismo, ignora el otro componente del desarrollo pleno: una legalidad que proteja los derechos (los de propiedad y los otros). Por eso, después de unos años de impresionante despegue por las inversiones que iban a Turquía, la economía se frenó. Agravada por el contexto internacional, hoy patalea para no hundirse. El plan de Erdogan tendrá, pues, una limitación material que le hará imposible influir del todo en las tres zonas de poder otomano: el Asia occidental, la Europa sudoriental y el norte de África.

Lo cual no impide que cree problemas. En Libia ya es imposible actuar sin tratar con él (en Siria también, aun cuando allí es Rusia y no Turquía el principal intruso). Le da una ventaja ser parte de la OTAN, de donde las democracias no pueden expulsarlo porque sería mucho más peligroso fuera que dentro. Ni tonto ni perezoso, el nuevo sultán aprovecha esa garantía a su antojo.

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