Suscribete a
ABC Premium

Una raya en el agua

La Aljama

Los constitucionalistas han sido recluidos en un gueto moral que los cosifica y desposee de legitimidad democrática

Ignacio Camacho

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Existen ciertos conceptos que deberían quedar por encima de la confrontación política incluso en un período tan éticamente relajado como una campaña. La dignidad democrática, por ejemplo, o la preservación del espacio común de la libertad. Así fue durante el tiempo ahora vilipendiado de Suárez, ... González y Aznar, el de los consensos de Estado, pero la época de Zapatero introdujo un sesgo de dogmatismo sectario según el cual la derecha carecía de legitimidad histórica para merecer amparo. El otorgamiento a Otegi del estatus de «hombre de paz», las negociaciones de Carod Rovira en Perpiñán o el Pacto del Tinell desplazaron sobre liberales y conservadores el estigma de repudio decretado por quienes se consideraban a sí mismos el bando correcto de la Historia. Ese designio discriminatorio ha vuelto a imponerse una vez exorcizado el demonio sociológico que otorgó a Rajoy la anomalía de una mayoría y media. La izquierda y el nacionalismo, en sus diferentes variedades, han asumido la interpretación exclusiva -y excluyente- del derecho de ciudadanía, y por tanto la potestad de concederlo o retirarlo. Con Sánchez al frente, el bloque de la moción de censura ha consumado la paradoja que dibujó el zapaterato: el ostracismo de los partidos constitucionalistas, su expulsión de facto fuera del marco que la propia Constitución fija para el ejercicio de las libertades públicas. Su cosificación y confinamiento en un gueto moral del que previamente han sido rescatados los legatarios de ETA, los radicales antisistema, los populistas bolivarianos o los rebeldes autores de un levantamiento contra el Estado.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia