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La alberca

La mano derecha de Pepe Luis

El hijo del genio que aprendió a torear en la tumba de Cúchares acaba de cumplir un año

Alberto García Reyes

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Cuando sale el herido de la cara del toro con desplante de bronce y consigue quedarse en la luz del recuerdo sin dolor en el gesto, justo ahí donde queman las pisadas del miedo, ya no tiene enemigo. Pepe Luis ha vencido. El torero que ... jugaba de niño al escondite en la tumba de Cúchares, ese que alargó el nombre de su padre y su leyenda por los ombligos de albero, el que hacía el paseíllo envuelto en un capote sangrado por su estirpe, ha tenido que enfrentarse al burel más áspero de su vida y se ha quedado quieto. Ha visto pasar las astas a la altura de su pecho porque el destino no humilla, pero en las horas más difíciles ha sabido torear a contraestilo echándole por delante al toro la taleguilla y lo ha templado para fundirle en la cruz una veleta como la de la Giralda, una a la que sólo le sopla el viento de la Esperanza. Hace un año, José Luis Vázquez Silva, hijo del Sócrates de San Bernardo, reventó de tanto pensar. Dice el Faraón que para un artista es impensable no pensar. Y al heredero del toreo lento que se fraguó robándole pases a las vacas del matadero ya no le cabía un pensamiento más en el sol de su frente. Su cabeza salinera dejó de soñar faenas. Se paró. Desde entonces, su mano derecha, la de los lances por dentro del tiempo, se ha quedado cogida en el gañafón de una letra por seguiriya.

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