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LLUVIA ÁCIDA

Jep

A Gambardella se le han ido cuarenta años caminando despacio y reinando sobre la banalidad, pues incluso de los funerales se apropia para su propio lucimiento

SI «La gran belleza» es una película sobre el vacío interior y la nostalgia de lo perdido, la escena más conmovedora no la protagoniza Jep Gambardella, cuya añoranza en realidad es primaria y se parece a la de cualquiera: añora el sexo en verano cuando ... se es joven, los amores que terminan en septiembre y permanecen intactos en el recuerdo, la vida cuando todo consiste en una primera vez y en una única certeza, la de futuro. La escena realmente devastadora, la que mejor resume la idea del final de raza, es la de la aristócrata perteneciente a una gran familia nobiliaria venida a menos que acepta alquilarse por 250 euros la noche para asistir a fiestas con pretensiones sociales. Cuando necesita consuelo para su amargura, se hace abrir el palacio que albergó su infancia, ahora convertido en museo, y, delante de su propia cuna metida en un expositor de cristal, escucha con unos auriculares el relato grabado sobre el esplendor extinguido de su linaje.

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