PECADOS CAPITALES
Retrato en sepia del PP
Lo que ahora tiene entre manos Rajoy son los ácaros de un viejo álbum de fotos sepia
RODRIGO Rato tenía muy claro que, si Aznar le tocaba con el dedo divino para sucederle, una de sus primeras decisiones sería acodarse en la barra del poder pagando la cuenta y despidiéndose de aquellos que compartieron el pan ácimo durante los ocho años de ... aznarismo. Borrón y cuenta nueva, se dijo. Sin embargo, al elegir a Rajoy el presidente no le dio opción. No pudo cortar el cordón umbilical con la doctrina de un presidente que ya era entonces –2002– un referente por haber cohesionado el centro-derecha español, sacudido por las luchas intestinas y la falta de proyecto común frente al cautivador socialismo de Felipe González. El elegido, Rajoy, estaba lejos de querer acabar con la etapa de su mentor. Tanto fue así, que dio orden de integrar a cuantos compañeros hubieran aportado alguna gota de sudor al calvario de revertir la triste suerte de la derecha democrática en España. Y entre todos ellos estaba Jaime, el alma de la política antiterrorista en la Euskadi de plomo, el amigo del pobre Gregorio Ordóñez, a quien había que cuidar, y con él, al núcleo duro del aznarismo. Los que conocen al presidente recuerdan que «lo hizo de todo corazón, porque quiere mucho a Jaime y sin pensar por lo más remoto que haberse portado bien, y no dar el portazo que preparaba Rato y que tantos le aconsejaron, se volviera en su contra, pasados los años».
Rajoy y Mayor han seguido hablando. Mucho, en los últimos meses. Sin embargo, la desafección de Ortega Lara puso al exministro del Interior ante la tesitura de defraudar a un sector de las víctimas y decidió renunciar. Todo menos presentarse en la candidatura de sus pupilos, Vox, clavándole una estocada a su amigo Mariano, el mismo que siempre le tendió una mano, y al que explicó su marcha a medias:
–No puedo encabezar la lista, pero tampoco irme de mi partido. Yo sé lo que es eso. Lo viví en UCD y no quiero volver a sentir lo que es una escisión entre compañeros de siempre. Y no quiero perjudicarte.
A Rajoy la renuncia le preocupó. Desde luego en lo político, pero sobre todo en lo personal. El presidente ha librado más de una batalla interna contra alguna fuerza centrista que le ha aconsejado soltar el lastre más radical para centrar al partido. Pero lo que ha ocurrido en Génova frisa las emociones, lo más íntimo del partido, orillado el mal café con el que algunos pescadores aznaristas del río revuelto han ganado en protagonismo a costa de deteriorar al partido que les dio voto y escaño. Está claro que Rajoy ha sabido conjurar la hecatombe económica, el déficit público, la prima de riesgo, la crisis abierta por su extesorero reconvertido en preso peligroso, las intrigas internas que buscaron su cabeza cuando las urnas le eran esquivas, pero lo que ahora maneja son sentimientos, afectos y desafectos con las víctimas. Lo que ahora tiene entre manos son los ácaros de un viejo ámbum de fotos sepia.
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