LIBERALIDADES
San Juan Fitzcarraldo Kennedy
Fue obra suya el gran despliegue en Vietnam, dejando el terreno abonado para provocar la entrada de los EE.UU. en guerra
No ha habido producto cultural más chorra entre los consagrados a la memoria de JFK, pieza más fraudulenta y carente de cimientos que la que vi anteayer en La 2, donde todo panfleto progre tiene garantizado su espacio y nuestro dinero. Ni siquiera voy a citar título y autor, del mismo modo que no damos razón de imprenta y creativo ante las octavillas. Resumiendo: JFK fue un insobornable antibelicista que jamás habría permitido la guerra de Vietnam, por eso lo liquidaron los militares y los magnates; aunque el conflicto empezaría con LBJ, otro demócrata, la catástrofe de Vietnam debe apuntarse en el pasivo de los presidentes posteriores, bajo cuyo mandato se dio la mayor parte de las bajas. Como ven, es una leyenda conocida. Se adecua con confortable precisión a dos mitos: el de San JFK y el de la existencia de una conspiración para asesinarlo. El problema es que la difusión de semejantes historias no es periodismo. En realidad atenta contra el periodismo al no guardar la mínima relación con la verdad.
JFK fue un hombre carismático, tenía un don para las frases memorables, seducía –en especial– a sus adversarios– y su esposa era un ser encantador. Junto a estas indudables virtudes, cruciales en un político, contaba con una inmensa fortuna familiar de origen no muy limpio, con la ayuda de la mafia italiana en las primeras etapas de su carrera, y con la televisión. Aunque su nombre irá siempre ligado a la defensa de los derechos civiles, su posición no fue coherente: en 1957 votó en el Senado contra la ley del ramo, de Eisenhower. Más tarde desautorizó la marcha sobre Washington de Martin Luther King.
Sobre todo: fue obra suya el gran despliegue de tropas en Vietnam, dejando el terreno abonado para provocar la entrada de los EE.UU. en guerra, siete meses después de su muerte, mediante el conocido expediente del atentado falso. Pero para que el invento del incidente del golfo de Tonkin hiciera posible la autorización parlamentaria, y LBJ pudiera lanzar su ataque en Vietnam, primero había que tener la zona llena de militares americanos, y de eso se había encargado precisamente el «antibelicista» JFK. Hace ya bastante tiempo que se conoce la verdad sobre el incidente del golfo de Tonkin: la desclasificación se remonta a la presidencia de Clinton. Nadie serio puede ignorar esta circunstancia a la hora de valorar la relación de JFK con la guerra en general y con la guerra de Vietnam en particular. Puede sostenerse, por supuesto, que la patraña que justificó la entrada americana en el conflicto asiático fue obra de su sucesor, y punto. Pero, siendo eso cautelarmente cierto, no se puede ocultar sistemáticamente al público, como se ha seguido haciendo en este cincuentenario del magnicidio, que los medios para el conflicto habían sido oportunamente desplegados por JFK. Y que tamaño despliegue resulta, con perspectiva histórica, inexplicable si no constituye la preparación de algo. Y que ese algo no se habría desatado nunca en realidad sin una mentira como la del ataque al «USS Maddox», de LBJ.
Hay algo muy frustrante para el eterno infante que es el progre occidental: que el asesinato de JFK fuera obra de un comunista. Uno del tres al cuarto, como observó en su día la propia Jackie. Ello, sumado al daño que hizo la película de Oliver Stone, única fuente de «información» del niño, convierte quizás en inevitable la propagación en ondas concéntricas de una descomunal mistificación. Así, la autoría exclusiva de Oswald, siendo la hipótesis más sólida, se despacha como la más débil, y tal.
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