Palestinos en Egipto: 100.000 exiliados sin el estatus de refugiados
Tras huir de la guerra en Gaza por el paso de Rafah, sobreviven en Egipto gracias a la caridad y la ayuda de familiares y amigos porque, al no tener papeles, no pueden trabajar ni estudiar ni ir a los hospitales públicos
Viaje al paso de Rafah, la puerta a la guerra de Gaza
Palestinos con doble nacionalidad esperaban para cruzar a Egipto por el paso fronterizo de Rafah en noviembre
Los palestinos son un pueblo sin Estado y, en algunos lugares, sus exiliados ni siquiera tienen el único consuelo que le que queda a una persona cuando se ve obligada a abandonar su país: el estatus de refugiado y las ayudas que conlleva. Aunque los ... palestinos disponen de una agencia propia de la ONU para sus refugiados, la controvertida Unrwa tan denostada por Israel, esta no puede operar en un país clave para quienes logran huir de Gaza: el vecino Egipto.
Desde 1978, cuando firmó los Acuerdos de Paz de Camp David para recuperar la península del Sinaí que había perdido en la guerra de los Seis Días (1967), Egipto no concede el estatus de refugiados a los palestinos con el fin de evitar una avalancha migratoria que no podría atender y, además, amenazaría con devolver el conflicto a su territorio. Aunque los egipcios se refieren a los palestinos como sus «hermanos» y apoyan su causa, su Gobierno no permite a la Unrwa abrir oficinas ni campos de refugiados como los que funcionan en Gaza y Cisjordania y en países como Jordania, Líbano y Siria. Después de décadas de exilio, algunos de ellos, como el de Baqa´a a las afueras de Amán, han crecido hasta convertirse en una auténtica ciudad con más de 130.000 habitantes.
«Aquí estamos a salvo de la guerra, pero no recibimos ayuda humanitaria y solo podemos vivir de la caridad de los egipcios y del dinero que nos envían parientes y amigos», se queja a ABC por teléfono desde El Cairo Mohamed Ali. De 60 años, bajo esta identidad se oculta un funcionario gazatí de Fatah, la rama política palestina que gobierna Cisjordania controlada por Israel, que incluso llegó a trabajar a las órdenes directas de Yasir Arafat.
Por su militancia en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Mohamed Ali tuvo problemas cuando Hamás tomó el poder en la Franja de Gaza en 2005. «Intentaron quitarme mi casa y mis dos coches porque pensaban que pertenecían a Fatah y no sabían que los había comprado yo, pero no sufrí tanto como otros amigos que acabaron en la cárcel», recuerda Mohamed Ali, quien vivía al norte de Gaza, cerca de la frontera de Erez con Israel.
«Desde allí, muy cerca de mi casa en Beit Hanun, Hamás disparó más de mil misiles el 7 de octubre y hubo mucha gente que lo festejó. Pero, después de los sentimientos, llegó el conocimiento e Israel respondió a los dos días», reconstruye con la memoria el inicio de una guerra que estalló con los salvajes atentados terroristas de Hamás que dejaron 1.200 muertos y 250 secuestrados. Desde entonces, han perecido 40.000 palestinos bajo las bombas israelíes y casi toda la población, unos dos millones de personas, ha tenido que huir de sus hogares destruidos.
«Estábamos paralizados por el miedo porque nos enfrentábamos a la muerte. En los primeros días de la guerra, dejamos nuestra casa y escapamos al sur de Gaza sin poder llevarnos nada porque salimos de nuestro edificio justo antes de que fuera bombardeado. Hasta hoy, mis vecinos siguen allí sepultados», relata Mohamed. En su apresurada huida con su esposa y tres de sus hijos, solo salvaron una botella de agua, una lata de atún, dos trozos de pan y algunos de sus documentos y medicinas.
Sobornos y compra de visados
Tras resistir casi dos meses en Rafah, donde se cobijaban cientos de miles de palestinos que huían de los bombardeos en el norte y centro de Gaza, Mohamed y su familia consiguieron cruzar a Egipto a finales de noviembre. «Aunque pude ser evacuado porque tenía pasaporte de otro país, tuve que pagar a los guardias de fronteras de Hamás un soborno de 80 dólares por cada miembro de mi familia. Era todo lo que poseía porque solo llevábamos 400 dólares y al principio me pedían 5.000 por persona. Pero luego se conformaron con 80», desvela una de las prácticas habituales para huir de la guerra.
Aunque Egipto no permite la entrada de refugiados gazatíes, con estos sobornos y las evacuaciones por motivos médicos se estima que han entrado ya en el país unos 100.000 palestinos. Esta es la cifra que calculaba en mayo el embajador palestino en El Cairo, Diab al Louh, pero seguramente ha aumentado porque una empresa turística con buenos contactos en Hamás y el Gobierno egipcio, Hala, 'vende' visados para escapar de Gaza por entre 2.500 y 5.000 dólares.
«Mi cuñada salió por el paso de Rafah poco antes de que el Ejército israelí lo conquistara y cerrara a principios de mayo. Estaba enferma y toda la familia reunió los 5.000 dólares que necesitaba. Cuando los clientes de Hala cruzan la frontera, los tratan como a un VIP y les ponen un coche o un autobús muy bueno para viajar hasta El Cairo», desvela Mohamed Ali. Pero, al llegar a la capital egipcia, los refugiados no encuentran más ayuda que la de familiares y amigos.
«La mayoría salimos sin nada y, al no tener papeles ni dinero, no podemos trabajar ni ir a los hospitales públicos y los niños no pueden estudiar en los colegios. Solo nos queda sobrevivir con lo que nos dan nuestros parientes y nuestros hermanos egipcios, que se solidarizan con nosotros y nos tratan muy bien», cuenta Mohamed, quien paga 400 dólares por el alquiler de un piso de tres habitaciones a las afueras de El Cairo. «Mi sueldo como funcionario era de unos mil dólares, pero ahora solo recibo la mitad enviada desde Ramala y tengo que pagar 75 de comisión. El resto que necesitamos para vivir me lo envían familiares y amigos que han emigrado al extranjero», explica compungido.
A sus estrecheces se suma la grave crisis económica que sufre Egipto, donde el paro y la inflación están desbocados y los ingresos que traía el turismo han caído por la guerra en Gaza justo cuando el país empezaba a recuperarse de la pandemia del Covid. «La situación en Egipto es muy mala y, para nosotros, peor aún porque todo está muy caro y los precios de algunos alimentos, como el pollo o el arroz, se han multiplicado por diez», se queja Mohamed.
A pesar de todas estas penurias, se sabe afortunado en comparación con los palestinos que siguen viviendo en Gaza bajo las bombas israelíes. «Todavía tengo mucha familia allí, pero hemos perdido a 50 miembros. Cada mañana, enviamos un mensaje por móvil para comprobar cómo están, pero a veces fallan las comunicaciones. Nuestros parientes están moviéndose constantemente de un campo de refugiados a otro huyendo de los bombardeos», detalla Mohamed. A la espera de las negociaciones para un alto el fuego, el endurecimiento de la ofensiva israelí también ha dificultado el envío de dinero a Gaza. «A cambio de una comisión, antes podíamos mandar 200 dólares a nuestros familiares, pero ahora está todo destruido y no hay nada, por lo que un poco de arroz o un tomate valen cinco veces más que antes», resume Mohamed.
De todo ello, este militante de Fatah no solo responsabiliza a Israel, sino a Hamás. «Israel está matando a civiles palestinos inocentes por culpa de Hamás, que llegó al poder comprando el voto de los pobres, entre ellos familiares míos que ahora se arrepienten, y ha convertido la Franja de Gaza en una prisión enorme y un vivero de odio en las escuelas y universidades. La mayoría de la gente renegaba de su régimen político y esa fue la razón de los ataques del 7 de octubre: mantenerse en el poder porque no le importa el pueblo», razona Mohamed. A modo de ejemplo, cuenta que «el día que mataron en Irán al líder de Hamás, Ismail Haniyeh, llamé a mis familiares en Gaza y me dijeron que muchos palestinos estaban celebrándolo». Pero también alerta de que «muchos que antes odiaban a Hamás ahora lo apoyan porque Israel ha matado a sus familiares».
Sin trabajo para él y sus hijos, Mohamed mantiene viva la esperanza de volver a Gaza, pero también advierte de que «la guerra durará todavía mucho tiempo porque, cuando empezó, nunca me imaginé que iba a ser tan destructiva».