Amor y dolor por Ucrania

Vladímir aprendió de niño en los barrios obreros de San Petersburgo que no hay sustituto para la victoria sobre tu rival. Luego, como agente de la KGB, supo que el fin justifica los medios y que la política no es más que una variante de la lucha por la supervivencia. Sintió en su propia carne la caída del muro berlinés y la pérdida de las repúblicas democráticas soviéticas (aunque el entero nombre era una farsa) del Este europeo, que intentaba recuperar. Sin alcanzar otra cosa que dejar al descubierto la carcoma y podredumbre del suyo.

Que los ucranianos, siendo muchísimos menos, se hallen en plena ofensiva para reconquistar las regiones que les arrebataron los rusos y sus mercenarios por sorpresa y sólo han sabido defender sembrando aquel territorio de minas y esos bombardeos indiscriminados que no cumplen ninguna de las normas internacionales de protección civil muestran un gigante con pies de barro.. ¿Hay alguna forma de detenerlo? Sí, pero tiene sus riesgos.

La más directa es incluir en la OTAN a Ucrania ya, como viene pidiendo. En ese momento todo ataque que sufra sería un ataque a la entera organización, que debería acudir en su ayuda, con Estados Unidos a frente. El riesgo es que Putin, viéndose contra la pared, eche mano de las armas nucleares, que aunque sean sólo tácticas, causan muchísimos más daños que las convencionales. Lo que se dice valor, Putin no ha demostrado tenerlo, pero nadie lo sabe. Así que, de momento, seguiremos igual: los ucranianos poniendo los muertos, y nosotros, proporcionándoles las armas para defenderse. Un papel bien poco brillante.