Hiroshima recuerda el terror nuclear temiendo por Ucrania
En el 78º aniversario de primera bomba atómica, sus supervivientes reclaman el fin de las armas nucleares mientras Putin amenaza a Ucrania
Los «hibakusha» de Hiroshima piden el fin de la guerra de Ucrania
Los seres humanos siempre hemos demostrado una habilidad innata para matarnos unos a otros. Pero, hace hoy 78 años, dejamos bien claro que también podíamos destruir todo nuestro planeta. Lanzada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima al final de la ... Segunda Guerra Mundial, la primera bomba atómica de la historia mató a 140.000 personas y desató un horror como no se había visto antes en el mundo. A «Little Boy» («Muchachito»), como fue apodado el artefacto arrojado desde el bombardero «Enola Gay» aquel fatídico 6 de agosto de 1945, le siguió solo tres días después la segunda bomba atómica, «Fat Man» («El Gordo»), que dejó otros 70.000 muertos en Nagasaki. Muy en boga estos días por la película «Oppenheimer», las armas nucleares inauguraron una época de terror global que vivió su momento álgido durante la «Guerra Fría» y vuelve a amenazar al planeta por la invasión rusa de Ucrania.
A las 8:15 de la mañana de aquel lunes soleado y sin nubes, un buen tiempo que selló el destino de Hiroshima entre otros posibles objetivos, la bomba estalló a unos 600 metros de altura sobre el centro de la ciudad. Justo debajo, luciendo la belleza fantasmagórica de sus ruinas, la cúpula de la bomba atómica resistió en pie y es hoy el símbolo de Hiroshima. También lo son sus «hibakusha», como se denomina en japonés a los supervivientes de ambos ataques.
Con una edad media de 85 años, aún quedan con vida 113.649 según el último censo efectuado por el Gobierno nipón a finales de marzo, 5.286 menos que el año anterior. Debido a la amenaza de Putin de usar armas nucleares en la guerra de Ucrania, hoy es más necesario que nunca escuchar sus voces para impedir que se repita una hecatombe atómica.
«Temo que Putin use las armas nucleares porque hay una posibilidad de que lo haga y es una situación muy peligrosa. En todo el mundo, tenemos que unir nuestras voces para que Putin dé marcha atrás y detenga la invasión de Ucrania. De lo contrario, todos seguiremos sufriendo», advierte a ABC Hiroshi Shimizu, quien tenía tres años cuando cayó la bomba y cumplió 81 el 28 de junio. Precisamente ese día, pero de 2021, falleció su hermano, que era diez años mayor que él y también sobrevivió a la bomba atómica.
«Lo que está haciendo Putin ahora en Ucrania es lo mismo que el Ejército de Japón hizo en los años 30 contra el pueblo chino y el coreano: invadir sus países. El pueblo nipón no pudo impedirlo entonces pero, basándonos en nuestra reflexión de la historia, tenemos que alzar nuestra voz contra Putin», alerta Shimizu, quien dirigió dos organizaciones de «hibakusha» entre 2014 y 2016. Ese último año, recibió a Obama en la primera visita oficial que un presidente estadounidense hacía a Hiroshima, pero se sintió muy decepcionado cuando no lo oyó disculparse por el bombardeo.
En mayo, durante la cumbre del G-7 celebrada en Hiroshima, Shimizu no solo atacaba a Putin por la guerra de Ucrania, sino que avisaba de que «la situación más peligrosa ahora es la confrontación entre EE.UU. y China por la isla de Taiwán, que puede desembocar en un conflicto que arrastraría a Japón». Muy activo por la causa de los supervivientes, critica también el Código de Prensa impuesto entre 1945 y 1952 por el Ejército de EE.UU., que censuró la información sobre los «hibakusha» y, a su juicio, «propició que muchos murieran sin recibir la ayuda que necesitaban».
Uno de ellos fue su padre, quien quedó expuesto a la bomba a un kilómetro del hipocentro, donde el nivel de radiación era letal, y pereció en octubre después de dos meses de agonía. «Sus órganos internos estaban destrozados y, cuando murió, descubrimos que su estómago tenía un color negro azulado. Mi madre dijo que había respirado demasiado gas tóxico de la bomba, pero en ese momento nadie sabía nada sobre la radiactividad, ni los médicos ni los ciudadanos de Hiroshima. Pensábamos que era una bomba de gas venenoso», recuerda Shimizu.
Junto a su madre, sobrevivió de milagro cuando la descomunal y ardiente onda expansiva derribó su casa, a un kilómetro y medio del hipocentro. «Entre los escombros, buscamos a mi padre en el edificio donde trabajaba en el centro de la ciudad, pero no lo encontramos y pensamos que había fallecido hasta que, al día siguiente, apareció arrastrándose malherido», rememora emocionado.
Gracias al puesto que su madre regentaba en el mercado negro surgido alrededor de la estación de Hiroshima, Shimizu salió adelante en medio de la pobreza que asolaba entonces a Japón. Para ganarse la vida, en su juventud tocó la trompeta en un club de jazz de la «yakuza» (mafia), pero sufrió numerosas secuelas de la radiación.
«Justo después de la bomba, tenía diarreas muy fuertes, como otras víctimas de Hiroshima. Hasta que cumplí los 12 años, en sexto curso, siempre tuve problemas de estómago y sentía mucho dolor en la parte baja del cuerpo. También me sangraba terriblemente la nariz. Cuando me levantaba por la mañana, tenía la almohada y el cuello llenos de sangre. Afortunadamente, todas esas dolencias se me pasaron durante la juventud y hasta pude dedicarme a una de mis pasiones: el montañismo», narra enseñando fotografías de sus escaladas. Pero, cuando cumplió 50 años, empezó a padecer enfermedades del riñón, el corazón y la médula espinal, comunes entre los supervivientes. «Lo más aterrador de las bombas atómicas es que sus efectos siguen cincuenta años después», se lamenta Shimizu. Para que su sufrimiento no pasara a otra generación, él y su esposa, también superviviente aquejada de enfermedades, nunca tuvieron hijos. Tan dura decisión la tomaron después de ver los monstruosos fetos afectados por la radiación, algunos sin ojos ni cerebro, que se conservaban en botes de formol en el hospital de la Cruz Roja. «Ahora que somos viejos, sentimos que nos falta algo en la vida», confiesa apenado bajo la cúpula de la bomba atómica.
Un parque para la paz
A su alrededor, el museo y el parque de la paz recuerdan el horror nuclear y su cenotafio honra a las víctimas ante una llama que solo se apagará cuando desaparezcan las 12.500 bombas atómicas que hay en el mundo. Para alcanzar ese objetivo y ayudar a la reconciliación entre EE.UU. y Japón, el Centro Mundial para la Amistad (World Friendship Center) reúne desde 1965 a americanos y nipones con el fin de que se conozcan, hablen, intercambien sus vivencias y, en definitiva, no vuelvan a matarse nunca más. En el vigésimo aniversario de la bomba, dicha ONG fue fundada por Barbara Reynolds, cuyo esposo, Earl, había sido destinado en 1951 a Hiroshima como miembro de un grupo científico estadounidense para estudiar los efectos de la radiación.
«Impartimos clases de inglés a los ˝hibakusha˝ y organizamos charlas con turistas extranjeros, sobre todo estadounidenses, para que compartan sus experiencias y conozcan su historia», explican Matthew Bateman y Malachi Nelson, dos jóvenes que dirigen actualmente el centro. Destinados en marzo de 2022, todavía durante la pandemia, se quedarán hasta diciembre de 2024 y ya están recuperando la actividad que tenía el centro, que antes también ofrecía alojamiento a los turistas. Junto a las clases, los coloquios y la ayuda que prestan a ancianos de Hiroshima, ambos coinciden en que lo mejor de esta experiencia es conocer y escuchar a los «hibakusha». Sin odio y lleno de esperanza, su mensaje suena hoy con más fuerza que nunca para detener la guerra de Ucrania.