Gubei, el pueblo histórico chino que nunca existió
El parque temático, alegoría de la China contemporánea, se convierte en un destino popular ante la ola de calor y las restricciones de la política covid-cero
Corresponsal en Pekín
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Iniciar sesiónLa historia no siempre ocurre a su debido tiempo. Al menos en China. Por eso a las afueras de su capital se levanta Gubei, un pueblo arcaico que en realidad nunca existió. Ahora que la peor ola de calor en seis décadas –quizá más ... aún, pues no constan registros anteriores– aprieta casi tanto como las restricciones impuestas por la política de covid-cero, muchos habitantes de Pekín disfrutan de un respiro estival en esta aldea, toda ella una alegoría de la sociedad contemporánea china y sus particularidades.
Futuros arqueólogos descubrirán con pasmo que la cronología de la «Antigua Ciudad Acuática de Gubei» se remonta a... 2014. Las autoridades locales inauguraron entonces, sobre lo que antes eran terrenos agrícolas, esta réplica de un pueblo acanalado a imitación de Suzhou o Wuzhen. La manufactura de un nuevo pasado, práctica peculiar en un país que presume de mantener viva la más duradera de las civilizaciones. «Creo que la cultura más antigua, dicen, es Egipto», terció suspicaz Donald Trump durante su primera visita oficial a China en 2017. «Sí», reconoció cabeceando Xi Jinping, quien guiaba el paseo por la Ciudad Prohibida en compañía de sus respectivas esposas. «La egipcia es un poco más antigua, pero la única civilización ininterrumpida es la china».
El expresidente estadounidense no llegó a poner pie en Gubei , pero como magnate inmobiliario quizá hubiera abandonado la sorna ante el potencial del lugar, enclavado en la falda de Gubeikou, el «paso de Gubei», en su día uno de los más importantes de la Gran Muralla. Muchos tramos de esta sección del muro permanecen sin restaurar, haciendo patente la huella del tiempo en la piedra. La visión del perfil de las almenas desde las calles adoquinadas de Gubei, mitad ciudad mitad parque temático, vuelve la ironía de su añagaza aún más punzante.
El recinto fue concebido con el propósito explícito de «fomentar» la «identidad cultural china». De ahí que las formas ajenas se revelen estridentes, como la fuente ovalada frente al imponente pórtico de entrada, adornado con linternas rojas e inscripciones caligráficas; canon imperial que hoy convive con máquinas expendedoras y, por exigencias de la pandemia, códigos QR y termómetros digitales. Aún hay más. No toda la tecnología resulta evidente en un país que lleva la innovación por bandera. Tras atravesar el arco de seguridad, un hombre se despoja de su mascarilla y el torno se desbloquea: el acceso está gestionado por reconocimiento facial. Ya dentro, el logo verde de Starbucks ofrenda de inmediato un sorbo ecuménico.
Viaje en el tiempo
A menos de dos horas en coche de Pekín, Gubei propone la ilusión de un aséptico viaje en el tiempo sin sacrificar comodidad alguna. Sus escasos 9 kilómetros cuadrados contienen todo tipo de tiendas, cafeterías y restaurantes, cientos de hoteles, guardería de mascotas, un centro de artes marciales, un templo budista y hasta una iglesia católica. Aquí donde la falta de veracidad explica el cuidado, incluso la testimonial suciedad responde al cálculo: los muros son tratados con barro para crear la impresión de antigüedad.
Los artificios, empero, tienen su virtud. A diferencia de los venecianos, estos canales no hieden. Sobre las aguas turquesas vagan barcos de paseo que manejan remeros ataviados con sombreros de paja y chalecos reflectantes. Todos ellos portan también mascarillas, a diferencia de la mayoría de visitantes; prueba de que el incordio de la protección se ha convertido, muy a menudo, en una obligación más de la clase trabajadora.
De la embarcación más próxima se apea una señora. «Seguí las recomendaciones de mis amigos, me dijeron que este lugar tiene montañas y lagos bonitos y es apropiado para que la gente mayor pase el rato. He venido a verlo por mí misma y es muy bonito». Viste un elegante 'qipao' verde, traje tradicional de seda, en consonancia con el entorno aunque ajena a su ardid. «Nuestros ancestros vivían aquí, estos edificios están en muy buen estado», incide.
La lozana existencia de Gubei bien podría tomarse como ejercicio metafísico: ¿hay belleza sin autenticidad? Un tenderete vende majuelas caramelizadas, dulce típico en China, mientras de fondo suena la banda sonora de 'Amélie'. Las garitas del paseo ofrecen enchufes, también con puerto USB, no vaya a ser que los móviles dejen de ametrallar fotos. El mapa del lugar imita el aspecto de un rollo apergaminado, al estilo de la pintura clásica, a cuyo alrededor se congregan excursionistas desorientados.
Muy pocos son forasteros. China no recibe turistas desde hace dos años y medio, con sus fronteras cerradas a causa de la política de covid-cero, y la comunidad internacional ha menguado ante el impacto en la vida diaria de esta nueva utopía. En las callejuelas de Gubei, los niños pequeños extienden el brazo para señalar la aparición de un rostro extranjero. «No sé demasiado sobre la historia de esta ciudad, pero creo que es una experiencia inmersiva, ver los edificios antiguos, las tiendas, probar la comida, es muy interesante«, apuntan dos chicas originarias de Canadá y Brunei. Ante la pregunta de si la elección de un destino cercano a Pekín responde a las restricciones asienten de inmediato. »Por supuesto, ¡no queremos que nuestro código de salud se vuelva rojo!«.
Hay quien no ignora la auténtica historia de la zona: aquellos que nacieron y crecieron en ella. «Todos eran agricultores», señala una recepcionista. Las autoridades derribaron la aldea original y reubicaron a sus habitantes, unas 1.400 personas. A cambio, les concedieron apartamentos con agua corriente y electricidad; también empleo en el nuevo pueblo.
«Mi casa estaba cerca, sí. Tanto mis vecinos como yo encontramos trabajo aquí», afirma la señora Wang. Esta mujer, que antes regentaba un puesto de frutas y verduras en un mercado local, ahora hace lo propio con una tienda de cometas artesanales. «Me gusta esta ocupación, el salario también es más alto«, añade. El invento de Gubei responde a una ficción, no así la biografía de sus residentes, quienes en su mayoría se muestran favorables al canje. Si hay opiniones contrarias, nadie se atreve a expresarlas: esos son los términos del contrato social en la China moderna.
En sus 'Obras Escogidas', Mao Zedong escribió que para la filosofía marxista «el problema más importante no consiste en comprender las leyes del mundo objetivo, sino en aplicar el conocimiento de esas leyes para transformarlo activamente». Qué mejor monumento a la doctrina del fundador de la República Popular que la nueva «Antigua Ciudad Acuática de Gubei», por la que no ha pasado el tiempo, pero sí la ideología.
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