Sin Chávez que se lleve el foco, Lula-2 aparece en sus excesos ideológicos
Sus disculpas de la invasión rusa y del régimen de Maduro muestran el sectarismo de un líder que antes se percibió como moderado
El Rey defiende ante Lula da Silva una paz en Ucrania «sustentada en la integridad territorial»

Hubo un tiempo en que Luiz Inácio Lula da Silva aparecía como una fuerza moderadora entre la izquierda latinoamericana. Hugo Chávez era quien se llevaba los titulares de prensa con sus salidas de tono y medidas extremas –desde el «exprópiese» nacionalizador en Venezuela al «aquí huele a azufre» dirigido a Bush en la ONU, encabezando la cruzada antiestadounidense regional–, mientras que Lula hábilmente lideraba desde atrás.
Ahora, en su vuelta a la presidencia de Brasil, Lula ya no tiene quien llene el escenario, atrayendo el foco y actuando de pararrayos, y así aparece en sus excesos ideológicos. Sus recientes palabras enjuagando la dictadura de Nicolás Maduro, cuyos represión criminal y corrupción mafiosa atribuyó en realidad a una «narrativa» occidental, muestran bien su pensamiento y sugieren que su propia figura se desgastará de modo notable en esta segunda presidencia. Sin el parapeto de Chávez, y con regímenes hoy abiertamente dictatoriales como el de Maduro y el de Daniel Ortega en Nicaragua imposibles de disculpar, Lula aparece en su desnudez como un político sectario.
Ni Andrés Manuel López Obrador en México, que no juega a fondo el liderazgo de la izquierda latinoamericana, ni Gustavo Petro en Colombia, a quien los problemas internos le están distrayendo de cualquier ambición de dirección regional, llenan lo suficiente el escenario como para tapar las posiciones expresadas por Lula.
Sus palabras de comprensión hacia Rusia en la invasión de Ucrania y su firme apuesta por la alianza con China, cuando este país avanza hacia un choque con Estados Unidos y sus aliados occidentales, alinean a Lula con el eje Moscú-Pekín en el enfrentamiento de bloques al que el mundo parece volver.
La constitución de los BRICS, que vincula a Brasil con rusos y chinos, tuvo un propósito dinamizador de la globalización y fue vista en su día como vía para la plena integración de las grandes potencias emergentes en el orden internacional. De ese carácter de puente entre Occidente y el Sur Global se benefició la imagen del Lula de la primera presidencia (2003-2010). Mientras, en Suramérica era Chávez quien se llevaba la etiqueta de conspirador contra el orden liberal, con los abultados créditos recibidos de China a cambio de petróleo y la llegada de abundante armamento ruso, que llevó a Estados Unidos a reactivar la IV Flota para la región.
Chávez también fue entonces la puerta para la influencia de Irán, cuyo régimen buscaba con esa asociación sortear el impacto de las sanciones internacionales. Hoy es Lula el que protagoniza la relación con Teherán: en febrero autorizó la llegada a Río de Janeiro de dos buques de guerra iraníes, a pesar del malestar expresado por Washington.
Lula regresó al poder tras ganar por un estrecho margen las elecciones de finales del año pasado. Para captar el voto contra Bolsonaro organizó una coalición electoral que ampliaba la base de su Partido de los Trabajadores; para poder aprobar leyes en el Congreso abrió luego aún más su gobierno. Pero las dificultades económicas, a diferencia de la bonanza de su anterior presidencia, están complicando la toma de decisiones. Y con ese menor margen, la escasa centralidad de Lula queda más en evidencia.
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