Atrapados en Leópolis, el gran nudo del éxodo ucraniano
Es casi imposible salir de aquí, pero muchos no lo saben. O no quieren saberlo. Decenas de miles de desplazados confluyen en la gran ciudad del este, a 600 kilómetros del frente de Kiev, que también se prepara para la guerra
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Laura L. Caro y Matías Nieto
«Mataremos al enemigo. ¡Si no lo paramos aquí, irá hasta vuestras propias puertas!... Si yo tuviera un arma, aseguro que sabría qué hacer con ella, y con un cuchillo, y con un rifle de caza puedo derribar un avión». Los ánimos se encienden sin ... remedio cuando todo alrededor tuyo indica que la mitad de tu país está huyendo de miedo , si tú mismo te has hecho mil kilómetros para venir a darles comida y té caliente de caridad porque llegan con lo puesto o si ni siquiera sabes qué habrá sido de tu casa. La de Igor está en Dnipro, a orillas del río Dnieper, una ciudad donde se oyeron caer los misiles rusos tan diferente a esta de Leópolis, tranquila todavía y en la que se agolpan decenas de miles de ucranianos en su última escala hacia la salvación en Polonia. O eso es lo que sueñan. Porque lo que no saben es que están atrapados.
En plena crisis de nervios, con gente corriendo en vano, aquí delante, hacia la estación ferroviaria de la que desconocen que apenas salen trenes interiores , menos aún al extranjero, Igor agarra a su hija Veronika, que está a su lado y la zarandea con violencia, cuéntaselo tú, cuéntales lo que están haciendo a nuestras mujeres y nuestros niños. Grita a la muchacha, una adolescente en shock que no atina a decir palabra, hasta hacerla llorar.
Hay mucha emoción al límite en este enclave atestado de desplazados. A la vez que las barricadas de neumáticos y de sacos terreros se multiplican por las calles aquí y allá, señal de que hay temor de combates a la vista , crece el desasosiego. En previsión, a finales de 2021 el Ayuntamiento –que por cierto ha proporcionado a sus funcionarios cursos para aprender a disparar– transformó la red de suministro de agua para que pueda prestar servicio en caso de gran apagón.
Nieva desde el domingo por la noche, lo que tampoco ayuda en esta vigilia. Con el frío el desamparo parece el doble . Si Leópolis ya acogió un éxodo de 10.000 personas durante la crisis de 2014, cuando Vladimir Putin se anexionó Crimea, las autoridades locales confirman que ahora están preparados para 20.000.
En los andenes, uno de los epicentros de la angustia, se acumulan restos de equipajes de los que lograron subirse a empujones a bordo de algún vagón rumbo a Polonia , y que probablemente lleven días dentro de él porque la aduana internacional que hay a medio camino, a unos 80 kilómetros, funciona a cuentagotas.
Los que no han tenido esa suerte deambulan por las salas de espera. Nina, con dos hijos pequeños, fue evacuada el fin de semana de Sloviansk, en el Donetsk separatista de los primeros ataques, y este lunes busca todavía cómo marcharse, aunque sea en autobús. Tampoco funcionan, y si se fleta alguno, hay que ser un héroe para conseguir un billete . Se da la circunstancia de que ella es armenia refugiada en Ucrania con sus padres desde los años 90, cuando la tragedia de Nagorno Karabaj, y de nuevo se ve expulsada, esta vez por la voracidad imperialista de Moscú.
Su historia remite a la tristeza de los nómadas de la Tierra, los pueblos echados a patadas de todas partes. Pero casi butaca con butaca, en este recinto donde la policía acaba de entrar y despeja a un grupo de indios que dormitan en el suelo, el orden es el orden. Se confabula además del drama también la mala suerte . Mucha. Senia, venida desde Kiev con un niño de siete años y otro de dos, tardó más de la cuenta ayer por la mañana en prepararlos y perdió el tren a Polonia por veinte minutos de retraso. Las lágrimas le obligan a interrumpir y musita un «quiero volver a mi casa», que suena desgarrador y araña el alma.
Por Eslovaquia
Polonia, donde hay dos millones de inmigrantes ucranianos, se ha convertido en un remanso inalcanzable, pero hay quien todavía cree en la opción de abandonar el campo de batalla por Eslovaquia. Para intentarlo, se va por la región de Uzhgorod, calma total por ahora, donde desembocan los trenes que también pasan por esta Leópolis, trenes gastados que apestan a carbón malo , lignito, el de aquella Alemania triste del Este. Aparece uno con ese destino y origen en Jarkov, lo que significa que partió en su momento «oyendo el ruido de las bombas». Lo dice un revisor que se acerca a estos reporteros y reclama carné de prensa y pasaporte. Hay que comprobar que no se nos está llenando esto de espías rusos , se excusa. No es ninguna broma, así están las cosas. El estado de sospecha también aumenta y acogota, llegan noticias de que por ese temor a una infiltración masiva de señores de la KGB, hay informadores que están sufriendo amenazas y algún intento de agresión.
Esta Leópolis, lanzadera de la fuga de los ucranianos, es una confluencia de frustraciones al límite de entrar en desespero. Aún teniendo dinero, no todos los cajeros tenían disponibilidad este lunes, es imposible encontrar cama. Los habitantes, y esta es la séptima ciudad más grande del país, están alojando en sus casas a familiares, amigos, amigos de amigos de amigos que les piden el favor de un descanso para poder continuar. La ficción de la normalidad se mantiene en los supermercados , no falta de nada, casi en las farmacias, en las iglesias se siguen anunciando viajes piadosos a lugares santos de la Ortodoxia, como si no pasara nada. Pero eso es mucho, mucho más allá de la estación.
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