Teléfono rojo, volamos a Pyongyang
Más que para atacar a EE.UU., el fallido cohete norcoreano nació para afianzar el poder del caudillo Kim Jong-un y forzar las negociaciones de desarme nuclear a cambio de ayuda humanitaria
PABLO M. DÍEZ
Nada más aterrizar en Corea del Norte, incluso antes de dejar las maletas en el hotel, «lo primero que hay que hacer» es ir a la colina de Mansu, que preside la capital, Pyongyang. No lo dicen los folletos turísticos, porque el país más ... hermético y aislado del mundo solo recibe cada año 20.000 visitantes, de los cuales la mayoría son chinos y menos de 3.000 occidentales. Quienes así lo mandan son los «guías-espías» que, asignados por el régimen, se pegan como una lapa al viajero para mantenerlo vigilado durante su estancia y que no se mueva libremente intentando entablar conversación con los norcoreanos.
Siguiendo sus indicaciones, en dicha colina «hay que inclinarse para rendir honores» ante las nuevas estatuas de bronce de 30 metros del difunto «Querido Líder», Kim Jong-il, y de su padre, Kim Il-sung, el fundador de Corea del Norte. Con motivo del centenario de su nacimiento, que se conmemora hoy, el régimen estalinista de Pyongyang ha tirado la casa por la ventana con un completo programa de festejos, desfiles e inauguraciones que incluía unos fuegos artificiales muy especiales: el lanzamiento de un cohete para poner en órbita un satélite espacial que, en realidad, podría ser la prueba encubierta de un misil capaz de golpear Alaska con una cabeza nuclear . Finalmente, al régimen de Pyongyang la salió el tiro por la culata y el temido proyectil estalló el viernes en pleno vuelo minutos después de ser disparado.
Aunque fallido, era un nuevo desafío a Estados Unidos y a sus vecinos, sobre todo a Corea del Sur y Japón, para homenajear al padre de la patria. Fallecido en 1994, Kim Il-sung ha sido entronizado por la propaganda como «Presidente Eterno» y sigue ostentando el título de jefe de Estado desde el Mausoleo de Kumsusan, donde se conserva su cuerpo embalsamado.
Tanto su fastuosa tumba de mármol como la humilde choza de campesinos donde nació, en la colina de Mangyong, son lugares obligados de peregrinaje para los norcoreanos, adoctrinados desde la infancia en el culto al líder . Por si no funcionan el lavado de cerebro y el completo aislamiento del mundo exterior, una brutal represión se encarga de convencer a los que tienen sus dudas sobre las bondades del régimen en los denominados «kwan li-so», los campos de reeducación mediante trabajos forzados donde languidecen 200.000 presos políticos.
Por ese motivo, y con la misma devoción con que en diciembre lloraban la muerte de su hijo, el «Querido Líder» Kim Jong-il, creyendo que se iba a acabar el mundo, los norcoreanos han reído y festejado estos días el centenario del «Presidente Eterno». No en vano, su calendario no marca 2012, sino el año 100 de la era «juche», que honra el ideario comunista alumbrado por Kim Il-sung y arranca con su nacimiento. Tanto el «Presidente Eterno» como su hijo y su nieto Kim Jong-un, el actual caudillo, son venerados como deidades. En este país oficialmente ateo y donde se persigue el proselitismo religioso, los Kim no solo han instaurado la primera dinastía comunista del mundo, sino también la adoración a la Trinidad socialista del padre, el hijo y el nieto.
Como pudo comprobar este corresponsal en 2007, viajar a Corea del Norte es retroceder en el tiempo a la Rusia de Stalin o la China de Mao. En la última frontera que queda de la «Guerra Fría», el régimen hace ostentación de fuerza con espectaculares desfiles militares y moviliza a su pueblo en permanente estado de guerra para perpetuarse en el poder. Con sus grises colmenas de estilo soviético y sus grandes avenidas pobladas de carteles y monumentos propagandísticos, Pyongyang es una triste ciudad de sombras en blanco y negro donde lo mejor que le puede pasar a uno es pasar inadvertido. A través de los inevitables retratos de Kim Il-sung, el «Gran Hermano» vigila desde cada rincón , porque no podría haber mejor escenario para la magistral novela «1984», de Orwell.
Mientras los 23 millones de norcoreanos malviven con cartillas de racionamiento o migas de maíz para paliar la escasez que arrastran desde la «Gran Hambruna» de los 90, que se cobró entre 300.000 y dos millones de vidas, el régimen los alimenta en el odio al «imperialismo americano» y aterroriza al mundo con su política de primacía militar.
Cambio de escenario
«Además de probar su supuesto misil balístico intercontinental, el cohete perseguía un objetivo político externo: tener una baza para negociar en las conversaciones a seis bandas de Pekín sobre su desarme nuclear. En el plano interno, buscaba confirmar la unidad y consolidar el nuevo régimen porque Kim Jong-un no está todavía demasiado afianzado», nos explica Kim Tae-woo, responsable del Instituto para la Unificación Nacional, que depende del Gobierno surcoreano.
A su juicio, Seúl «quiere desesperadamente ver un cambio en Corea del Norte y está preparado para suministrar más asistencia humanitaria», pero no ve probable que Kim Jong-un lleve a cabo la tan esperada apertura política y económica porque «está rodeado de veteranos generales que se niegan a perder sus privilegios». Aun así, Kim Tae-woo admite que «hay algunas opciones para un cambio porque la corrupción está muy extendida, el sistema socialista se ha derrumbado y han surgido discrepancias entre el Ejército y los diplomáticos del Ministerio de Exteriores».
Para disuadir a EE.UU. de un cambio de régimen, Pyongyang se ha dotado de armas atómicas. Pero ¿puede realmente atacar las costas americanas con sus misiles? Daniel Pinkston, experto en el programa nuclear norcoreano de International Crisis Group, cree que «en teoría, el cohete Unha-3 podría alcanzar Hawai, Alaska y la costa oeste de EE.UU. con una pequeña carga, pero eso no tiene sentido militar porque, como se ha visto con los preparativos del lanzamiento, lleva varios días colocar y repostar el misil en la rampa y es un objetivo estático fácil de destruir». El problema es que el cohete transporta un supuesto satélite espacial, que pesa solo 100 kilos, y una ojiva nuclear puede llegar hasta la tonelada. Aunque Pinkston considera que «el cohete es inútil para los norcoreanos en caso de conflicto bélico, su lanzamiento es una oportunidad para probar tecnología con aplicaciones militares».
Otro misterio es el número de armas atómicas. «Disponen de plutonio para fabricar entre seis y diez bombas, pero no sabemos si las pueden montar como cabezas nucleares en sus misiles», señala Pinkston. Además de las 2.000 centrifugadoras de uranio empobrecido desveladas en noviembre de 2010, este experto sospecha que «es posible que el régimen esté produciendo en instalaciones secretas uranio enriquecido para montar un par de bombas atómicas al año».
Con el único apoyo de China tras el colapso de la extinta URSS, el anacrónico régimen de Corea del Norte se aferra a su programa nuclear con un solo objetivo: sobrevivir.
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