El suicidio del almirante Nimitz y su esposa abren un debate tabú en EE.UU.
Chester Nimes lo tenía todo perfectamente planeado. Hasta el punto de que esperó al 2 de enero en Boston para poder extender cheques libres de impuestos para sus hijas, sus yernos y sus nietos. Tras despedir a la enfermera de noche y redactar un escrito en el que pedían que no se les resucitase. El suicidio del matrimonio ha reavivado un creciente debate sobre la eutanasia.
Chester Nimes, de 86 años y almirante como su famoso padre, que dio nombre a un portaaviones, y su esposa Joan, ex dentista de 89, se quitaron la vida con una sobredosis de píldoras para dormir. Sus hijas, con las que habían hablado del suicidio, ... comprenden y admiran una decisión motivada el imparable deterioro de la salud de ambos y el deseo de ser dueños de su muerte como lo habían sido de sus vidas.
«Nuestra decisión ha sido adoptada después de un considerable periodo de tiempo y no ha sido llevada a cabo en medio de una acuciante desesperación. Ni se trata de la manifestación de un desarreglo mental. Consciente, racional y deliberadamente, hemos tomado de forma absolutamente libre las medidas para poner fin a nuestras vidas a causa de los impedimentos físicos que merman nuestra calidad de vida debido a la edad, visión desfalleciente, osteoporosis, molestias en la columna y dolorosos problemas ortopédicos». Así reza la nota escrita por un almirante conocido no sólo por sus dotes de mando a bordo de los submarinos en los que combatió contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial, sino por su capacidad organizativa.
CRECIENTES DOLORES
Bajo el expresivo título de «Al suicidarse, un almirante mantiene el mando hasta el final», el diario «The New York Times», que ayer dedicaba una extensa y muy elaborada información a la muerte de Joan y Chester Nimitz se reproducían fotografías del matrimonio y de dos de sus hijas y de un archivador en el que destacaba uno de los epígrafes: «Para cuando CWN muera». Tras varias operaciones de corazón, problemas gastrointestinales, dolor de espalda y pérdida de visión, él ya no podía conducir. Ella también había perdido del todo la visión y sufría una osteoporosis tan severa que los huesos se le habían empezado a quebrar.
A lo largo del otoño pasado y en lo que va de invierno, sus hijas, que estaban al tanto de los planes de suicidio, les preguntaron si pensaban llevarlos a término, y la cuestión fue de nuevo suscitada durante la comida de Navidad. Una de sus hijas, Betsy van Dorn, de 55 años, que visitaba a sus padres varias veces a la semana en su urbanización de jubilados cerca de Boston, relata al «New York Times» que preguntó entonces a su padre si estaba deprimido, y le mencionó medicamentos como Prozac, que podrían estimularle. Pero el almirante y ex ejecutivo de una empresa de tecnología descartó de plano la sugerencia: «Nada de eso. No estoy deprimido». Otra hija, Sarah Smith, de 53 años, recuerda que «nada fue dejado al azar», mientras que una hermana del almirante, Nancy Nimitz, economista jubilada que a sus 82 años vive en California, y que también estaba al tanto de las intenciones del matrimonio, subraya: «No querían ni pensar que sus últimos días pudieran estar en manos de un internista mequetrefe en un hospital».
NO CREÍAN EN DIOS
Los Nimitz no creían en Dios ni en ninguna suerte de vida futura. Sin explícita mención a la muerte inminente, y sin ninguna clase de despedida formal, la familia se reunió el pasado primero de año. «Nos abrazamos y nos besamos», relata Sarah Smith. «Habéis sido unos padres estupendos. Pero ellos no querían nada de sentimentalismos. Formaban parte de una generación a la que no le gustaban las obsesiones ni enredarse en discusiones».
La decisión del fiscal general John Ashcroft de acabar con la legislación que, tras dos referendos, autoriza el suicidio asistido en el Estado de Oregon, ha levantado una gran polvareda, sobre todo porque pretende cuestionar la autonomía de un Estado. Porque tanto la eutanasia como el suicidio -la muerte, en realidad- están casi por completo ausentes del debate público y político en Estados Unidos. Expertos consultados por el «Times» muestran su perplejidad por una decisión como la del matrimonio Nimitz, considerada como «muy inusual».
DERECHO A UNA MUERTE DIGNA
Para el psiquiatra español Luis Rojas Marcos, responsable del sistema sanitario público de Nueva York, la decision de los Nimitz es consecuente con «el derecho a morir dignamente, un final consistente con la vida que llevaron. La tecnología médica nos permite prolongar la vida, pero tras esa promesa se esconde la agonía que puede hurtar el derecho a morir con dignidad». Marcos recuerda «aunque el sucidio sigue siendo algo tabú» en nuestras sociedades, los argumentos de Chester y Joan Nimitz encajan con las principales razones de los que en Oregon han pedido acogerse al programa de ayuda al sucidio: «pérdida de autonomía, falta de control sobre las funciones del cuerpo e incapacidad para tomar parte en actividades que constituyen nuestra calidad de vida».
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