revolución en siria
«Los agentes iraníes no tenían piedad»
Miles de refugiados sirios han encontrado refugio en el Líbano. Sus testimonios certifican que la semilla de la guerra civil no deja de crecer
daniel iriarte
Aunque cordiales, los hombres se muestran cautelosos. «Claro que hay espías del régimen. Pueden estar en esta misma habitación», dice uno.
El grupo de refugiados sirios no disimula su suspicacia, pero les puede más la rabia contra el gobierno de Bashar al Assad. «Ayer ... liberaron a mil presos, les hicieron la foto y los volvieron a arrestar el mismo día », asegura otro. Lo sabe porque uno de los falsamente amnistiados era un pariente suyo.
Aquí, en Wadi Jaled, en las montañas del norte del Líbano, unas 5.000 personas han encontrado cobijo huyendo de la represión de las autoridades sirias. La mayoría viene de la localidad de Tal Kalaj, que, afirman, «ha sido totalmente arrasada por el ejército sirio».
«Los libaneses nos han acogido bien, nos han abierto sus casas y nos dan su comida», aseguran. Ellos, por ejemplo, duermen en un almacén cedido por un vecino, el mismo en el que les encuentra el reportero de ABC .
Muchos de los refugiados han venido simplemente huyendo de la violencia. Otros, en cambio, están aquí por razones políticas. Como el viejo Walid Muhammad Karde, que nos muestra su pie contrahecho por los golpes. El pasado 18 de mayo, nos cuenta, se atrevió a tomar un micrófono durante una manifestación, y los matones del régimen le arrestaron. « Me tiraron desde un puente, desde una altura de cinco metros . Querían que me matase uno de los coches que pasaba, pero yo me hice el muerto y me dejaron en paz», relata.
Sin embargo, su calvario no había hecho más que empezar. «Al día siguiente, me detuvieron otra vez y me encarcelaron. Me tuvieron un mes y nueve días en cuclillas, sin poder dormir. Hubo muchos otros que se volvieron locos», cuenta. Mientras Walid permanecía en la cárcel, se seguían produciendo importantes manifestaciones que exigían la liberación de los detenidos, y en un momento dado, cediendo a la presión, las autoridades le pusieron en libertad.
«Me soltaron en calzoncillos. Fui a mi casa a buscar ropa, pero estaba destrozada. Mi mujer y mis hijos estaban ya en el Líbano. Entonces me enteré de que había otra orden de detención contra mí, así que hui hasta aquí», explica. « Durante meses, estuve recibiendo llamadas en las que me decían que iban a secuestrar y violar a mi hijita pequeña, que solo tiene un año y medio de edad», dice, con la voz trémula.
Sin piedad
A mitad de conversación, tres hombres con botas militares entran en la habitación. Los demás refugiados se levantan con respeto. «Son desertores», nos explican, aunque no se han integrado en las milicias del Ejército Sirio Libre. Ya no quieren matar a más compatriotas.
«Íbamos a las manifestaciones pertrechados como si fuéramos a la guerra», cuenta Nabil, el más joven de todos. El nombre, al igual que el de sus compañeros, es ficticio: si por algún motivo el Ejército sirio llegase a encontrarles, les ejecutaría inmediatamente. Y los tres soldados, que vienen de unidades diferentes, confirman un rumor insistente: que entre las fuerzas de seguridad encargadas de la represión hay agentes iraníes. «Un día entramos en una plaza donde había una manifestación, y nos encontramos con u n grupo de soldados que llevaban barbas largas, algo que en el ejercito sirio está prohibido . No hablaban árabe, solo se comunicaban con nosotros con gestos, y alguien nos dijo que venían de Irán», indica Nabil.
«Normalmente nos organizaban en tres filas: en la primera estábamos nosotros, el Ejército. Detrás, los iraníes, y al final los oficiales alauíes y la “shabiha” [la milicia progubernamental]. Si los de una fila se negaban a disparar contra los manifestantes, los de detrás los mataban a ellos», asegura Ahmad, el soldado más veterano. «Y los francotiradores también eran iraníes, y no tenían piedad», afirma.
El otro recluta, Karim, explica cómo fue capturado mientras intentaba desertar y otro de sus compañeros comenzó a golpearle en la cabeza con la culata del rifle, produciéndole la pérdida de visión casi total en un ojo. «El que me golpeaba era mi amigo» , cuenta. «¿Lo hizo porque no tenía más remedio?», le preguntamos. Niega con la cabeza. «Ese perro apoya a Assad», afirma, y vemos el odio en sus ojos. La semilla de la guerra civil esta plantada.
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